Sornoza, el manabita que es ebanista y lider de la “Tri” de Olimpiadas Especiales

El olor del barniz, el diluyente de pintura y la madera recién cortada se mezclan con el del césped recién podado y mojado. Cristian Sornoza tiene impregnado esos aromas, que aunque distintos, para él son parte de su vida cotidiana.

El capitán de la selección ecuatoriana de Olimpiadas Especiales, que logró el título mundial el sábado pasado, trabaja en una ebanistería y también juega fútbol.

No ha podido hacer del balompié su profesión, pero tampoco se queja; disfruta haciendo roperos en su natal Los Ángeles de Colón, en Manabí.

Su habilidad con las manos es casi tan buena como la que tiene con los pies. Así pudo llegar a representar a la selección nacional, un sueño que nunca vio lejos por la motivación de sus entrenadores mientras fue creciendo. Pero no siempre fue tan fácil.

Como muchos niños, se formó en la calle, en una cancha improvisada o en algún parque cercano a su casa. Se divertía sanamente con sus amigos, pero las cosas fueron cambiando en su barrio.

La delincuencia y las drogas empezaron a dominar el panorama y, con ello, las ganas de salir a jugar fútbol se transformaron en temor.

Fue una especie de retiro obligado, porque su familia no quería que se expusiera a riesgos en la puerta del hogar. Sin embargo, como salvación para él apareció el entrenador Luis Balda, que reclutó a varios chicos de la localidad para conformar un equipo en un lugar cercano, San Pablo de Portoviejo. Así, Sornoza pudo retomar lo que más disfrutaba con el club Los Senderos.

El jugador de 21 años contó que no siempre fue defensa central, tal como hoy actúa. Al empezar lo hacía como delantero, pero ante la necesidad del equipo lo ubicaron como zaguero.

“Me probaron de central, porque necesitaban gente atrás y como mi rendimiento fue bueno, me dejaron ahí. Me ha ido bien y en la selección no fue la excepción”, dijo el capitán, que no soltó casi nunca el trofeo que los acredita como campeones mundiales. Sornoza lideró la defensa nacional en el torneo de Chicago y la efectividad fue muy alta.

A Ecuador apenas le marcaron tres goles en cinco partidos jugados y fue el arco menos batido del certamen. “Fue una gran experiencia para todos, poder estar en un grupo unido y destacar a nivel internacional. Para muchos fue la primera vez en un avión, como para mí y fue una experiencia que la disfruté muchísimo”.

En la cancha del Toyota Park, donde se disputó el torneo, no dejó de pensar en su abuelo paterno, Ángel Miguel Sornoza, que falleció recientemente. Él fue el principal impulsor en la carrera deportiva de su nieto y Cristian lo recuerda cada vez que entra en una cancha.

“Mi abuelo estaba orgulloso de mí. Cada vez que llegaba una visita a la casa les mostraba las medallas que yo había ganado. Este título es para él”.

En la llegada del equipo a Quito, la medianoche del domingo, se sorprendió por la cantidad de gente que los recibió en el aeropuerto.

No esperaba que la repercusión fuera tal ni que mucha gente estuviera pendiente de ellos. Si bien casi nunca se desprendió del trofeo, cuando alguien se acercaba a pedirle una foto, él no dudaba en ceder la copa por momentos. “Toma, coge la copa. Es pesada. Ahora bésala también”, le dijo a una chica que se sacó una instantánea con él.

Después de dos semanas de estar lejos, Sornoza también añora reunirse con sus familiares en su ciudad y contarles todos los detalles de su primer viaje fuera del territorio nacional.

Su trabajo en la ebanistería, al igual que su jefe -quien siempre le dio permisos para jugar y entrenar- lo esperan; él no ve el momento de volver. Su ausencia esta ocasión fue más especial, pues valió la pena al retornar con el trofeo bajo el brazo. Continuará puliendo sus habilidades. (El Telégrafo)

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