La había visto hace un rato, 20 o 30 minutos antes, cuando sus dedos se movían encima de un atún como quien manipula un rosario. Concentrada, sin levantar la cabeza.
“Yo aprendí viendo; cuando a uno le interesa un trabajo, uno con solo ver aprende”, comenta Karina Mieles, ahora de pie, conversando, vestida con un uniforme que solo permite verle los ojos.
Ella tiene 40 años, diez de ellos como obrera en la industria atunera. Una hermana suya también trabaja en lo mismo. Y lo hace bien, dice, generalmente todas deben hacerlo bien y rápido.
“Hay que sacarle la sangre, las espinas, la piel, todos los defectos, el pescado debe ir limpio en un minuto, de aquí sale directo a Europa”, comenta.
Y tiene razón. Ecuador exporta un promedio de 250.000 toneladas de atún cada año. De esta cifra el 51 % va a Europa, el 13 % a Estados Unidos y el resto a países de Latinoamérica. El 70 % de las industrias atuneras se encuentra en Manta; hay otra parte en Guayaquil y Posorja. Las ventas atuneras anuales le dejan al país un promedio de $ 1.300 millones.
Pero detrás de todas esas cifras y números están ellas, las obreras de las atuneras. La destreza en las manos en el momento de limpiar el pescado es tal que disminuye las pérdidas por cada pieza de atún que se procesa. Algo que ha sido envidiado por países como Perú, donde tienen una mayor merma.
“Son rápidas”, dice Jouber Azúa, jefe de producción de la empresa Fishcorp, donde trabaja Karina. “Son las mejores, el trabajo que hacen es único; se ha comprobado que limpian el pescado muy bien, no lo raspan mucho y con eso evitan pérdidas económicas. Lo curioso es que esa habilidad solo se la ha visto aquí en Manabí”, agrega.
Despellejar, limpiar el atún, dejarlo listo para exportarlo a Europa o Estados Unidos parece algo simple; sin embargo, no lo es. En esta fábrica cada una de las trabajadoras debe procesar 27 atunes en 30 minutos.
“Si ellas no tuvieran la agilidad para limpiar el pescado rápido y bien, habría mucha merma en cada pieza de atún; es decir, por poner números, el aprovechamiento no sería del 50 %, sino menos, un 30 % tal vez. Sus dedos son tan ágiles que las pérdidas por pieza son mínimas, lo que se traduce en mayor rentabilidad”, añade Jouber.
Magdalena Sabando aprendió de su madre el oficio de limpiar atún. Cuenta que trabajó doce años en una empresa pesquera y obtuvo con el tiempo la agilidad de despellejar tan rápido este pescado que luego ya hasta le enseñaba a ella y otras personas.
Ella ahora lleva nueve años en una empresa en la que otras 450 mujeres trabajan en la limpieza del atún. “Cuando recién empecé se me hizo difícil, pero después le agarré el ritmo. Hay que hacerlo rápido y bien. El lomo debe ir limpio”, expresa.
Limpiar el atún significa dejar únicamente el lomo, lo mejor. Cuando el pescado llega a las fábricas desde los barcos es ingresado a grandes hornos para cocinarlo en agua. Luego, pasa a la planta procesadora.
Allí son recibidos en la primera línea de trabajo por un grupo de hombres que se encargan de sacarle el pellejo y las espinas. Luego viene lo más importante. El pescado llega a las manos de las mujeres, que son quienes deben limpiarlo, es decir, sacarle los restos de piel, espinas, carne negra y dejar solo el lomo.
En ese momento personas como Magdalena hacen su arte. Están de pie en largas filas y mueven las manos limpiando el pescado, usando todos los dedos en una sincronía veloz que hace una pausa solo cuando el atún está limpio.
En total, las empresas atuneras en Manabí generan alrededor de 20.000 empleos directos; de esta cifra, el 60 %, al menos 12.000 son mujeres, según datos de la Cámara Ecuatoriana de Industriales y Procesadores de Atún (Ceipa).
Jaime Estrada Medranda, empresario atunero, indicó que el rol de las mujeres es fundamental, pues tienen por estadísticas mayor facilidad en el momento de limpiar el pescado.
“Hemos hecho pruebas, validaciones, y tienen una efectividad superior al 30 % en comparación con los hombres. Es una mano de obra tan óptima que incluso tuvimos un emprendimiento en Posorja y nos salía más eficiente el mismo proceso en Manabí, por eso llevábamos gente de acá, ya que en estas industrias los márgenes son pequeños y la mano de obra es fundamental”, explica.
Luego de que las obreras separan el lomo del desperdicio, el producto se congela para ser enviado a Europa. Allá lo usan como materia prima para colocarlo en las latas, pouches o frascos de vidrio. Aunque, bajo pedido, también es enviado desde Manabí en esas presentaciones.
Estrada comenta que la mujer manabita es sumamente hábil e inteligente para aprender las actividades, y eso dentro de la industria atunera es muy valorado. “Sin duda son una pieza fundamental para la industria”, admite.
Para Mónica Maldonado, secretaria ejecutiva de Ceipa, la destreza que han adquirido las mujeres manabitas es la herencia de una industria que lleva más de 80 años elaborando atún. “Por eso Manta se consolidó como capital mundial del atún; tenemos el mejor del mundo”, señala.
Comenta que la habilidad en los procesos del atún, especialmente en los pasos de calidad e inocuidad, permite tener un buen rendimiento de la materia prima.
“Hay ocho décadas detrás de esta destreza y experiencia, una enseñanza que va de generación en generación, lo que se ha convertido en un pilar fundamental de la industria atunera”, manifiesta.
Dice que la mayoría de quienes laboran en las empresas llegan de diferentes cantones de la provincia, especialmente Manta, Montecristi y Jaramijó; algunas son cabezas de hogar.
Maldonado refiere que la fuerza laboral femenina es fundamental para el desarrollo de la industria procesadora de atún.
“La integración del talento femenino, que se enmarca en la visión de sostenibilidad social corporativa, ha permitido promover la equidad de género, el desarrollo profesional y la mejora en la calidad de vida de las colaboradoras y sus familias. Este enfoque integral reafirma el compromiso del sector con la responsabilidad social empresarial y el desarrollo sostenible de la región”, sostiene.