El movimiento telúrico, que afectó diversas zonas del país, no solo dejó daños materiales, sino que volvió a encender las alertas sobre la vulnerabilidad de muchas edificaciones en zonas de alto riesgo sísmico. Para Andrés Núñez, arquitecto de profesión, la magnitud de los estragos registrados podría estar relacionada con la informalidad en los procesos de construcción. “Esto, a pesar de que son hechas de hormigón armado. Suelen ser construcciones que no necesariamente han sido diseñadas, en el aspecto estructural, de la manera apropiada”, manifestó.
Según el especialista, se debe evaluar si ese fue el caso en Esmeraldas, una de las zonas más golpeadas por el sismo. “Ya toca hacer análisis profesionales de cada situación”, dijo y recordó que lo sucedido ahora presenta patrones similares a lo ocurrido en Manabí en 2016, tanto en el tipo de edificaciones colapsadas como en la forma en que estas fallaron.
Núñez señaló que es común encontrar informalidad tanto en el diseño como en la ejecución de las obras. A esto se suma la necesidad de revisar los materiales utilizados. “Tenemos que implementar sistemas livianos de construcción. Eso permite que las estructuras reaccionen mejor ante eventos sísmicos”.
El arquitecto también advirtió que muchas de las edificaciones afectadas no son nuevas, sino que se encuentran en zonas céntricas ya consolidadas. “Después de 2016, debimos haber efectuado una serie de correctivos como el reforzamiento estructural”, comentó. Sin embargo, si una construcción ya parte de bases incorrectas, es poco probable que sus propietarios inviertan en mejoras preventivas, concluyó.
Esmeraldas estuvo más cerca del epicentro del sismo

Christian Rivera, especialista en gestión de riesgos, explicó que la mayor notoriedad de los daños causados por este nuevo sismo se debe a la cercanía del epicentro con la ciudad de Esmeraldas, a diferencia del ocurrido en Manabí en 2016, una provincia algo más alejada.
“Debemos tomar en cuenta que se liberó mucha energía. Además, la profundidad fue poco menor a 30 kilómetros”, detalló Rivera. El experto coincidió con Núñez en que no se realizaron los reforzamientos estructurales adecuados en los años posteriores al desastre de 2016, lo que pudo haber agravado el impacto.
Rivera advirtió que muchas de las viviendas que colapsaron esta vez probablemente ya presentaban daños o fallas estructurales desde aquel primer terremoto. “Son casas que no fueron hechas con una sismorresistencia adecuada. Y cuando están más cerca del epicentro, serán más afectadas por la liberación de energía”, explicó el profesional.