Es miércoles. En el pequeño puerto pesquero de Jaramijó el calor es intenso. La gente viste pantalones cortos, gorras, camisetas o camisas desabotonadas.
Allí todos se conocen y cuando ven extraños conversan entre ellos y siguen con la mirada. Pocos hablan con quienes llegan y quienes lo hacen lanzan una advertencia: “No busque que la amenacen”.
Este Diario entró a ese sector manabita, señalado en investigaciones policiales como el punto más fuerte donde están los denominados “coordinadores logísticos” de los narcos.
Ellos están allí para reclutar gente que traslade droga a Centroamérica o que custodie cargas ilegales que arriban desde pueblos colombianos. Las investigaciones muestran que esas redes también están en Cojimíes, Jama, Pedernales, San Vicente y Bahía. En Jaramijó, decenas de lanchas están varadas en el puerto.
Un hombre dice que “la situación es complicada”. Aunque la presencia de quienes trabajan para los narcotraficantes es ‘discreta’ temen cualquier ataque, especialmente si no aceptan sus ofertas.
Agentes que siguen estos casos advierten que las mafias se aprovechan de épocas de poca faena y ofrecen hasta USD 10 000 para llevar el alcaloide al exterior.
En cambio, por dar seguridad a las cargas ilegales durante tres o siete días pagan desde USD 30 000. En el puerto pesquero los moradores saben lo que sucede.
Uno de ellos dice que los narcos siempre les observan y que tienen personas que avisan cuando llegan los policías. La red de colaboradores también monitorea las noticias para detectar si alguien habla de lo que allí sucede. “Así no publiquen los rostros en la televisión, ellos ubican a las personas y las reconocen.
Un día una señora habló de los pescadores y ellos la contactaron y la amenazaron”. Otro pescador cuenta que las lanchas con combustible para abastecer en alta mar a los botes pesqueros que llevan narcóticos salen cada semana. En el muelle es fácil ver embarcaciones con dos motores.
Inteligencia dice que para las faenas de pesca se necesita un solo motor. Pero para ir a Centroamérica se requieren dos. En Pedernales ocurre algo similar.
En el malecón, una camioneta negra de alta gama, sin placas y con vidrios oscuros, llama la atención de los policías encubiertos. Sus ocupantes hablan por teléfono y se van. En la vía a este balneario se observa más de un vehículo con estas características y sin identificación.
Los agentes dicen que hacen el seguimiento, para descartar toda sospecha. En Bahía de Caráquez y Pedernales, Inteligencia detectó que los “coordinadores logísticos” casi no se movilizan por estos sitios ni llevan escoltas.
Pasan desapercibidos. Prefieren contactarse con personas locales, que sean conocidas por los habitantes y, a través de ellos, planifican el encaletamiento de la droga y su envío. Anteayer, cerca a Pedernales, en el cantón Sucre, Antidrogas halló 2,5 toneladas de cocaína en una zona montañosa.
Es uno de los decomisos más grandes de Manabí, donde este año se han decomisado 10 toneladas de droga. Los bloques estaban ocultos en dos bodegas subterráneas de una hacienda. Cuatro días antes de esa incursión, en el mismo sector se decomisaron 337 kilos de narcóticos.
Esos paquetes estaban metidos en sacos negros y se encontraron al pie de una lancha celeste. Carlos Alulema, jefe nacional de Antinarcóticos, asegura que la vulnerabilidad de Manabí está precisamente en sectores aislados, que son aprovechados por redes delictivas.
En El Matal, una playa del cantón Jama, la gente asegura que no pasa nada. Otros responden con un no, dicen que no son de ahí o que recién llegaron a vivir en este sitio.
Pero los investigadores han detectado la presencia de grupos que colaboran con los narcos. Al norte de Manabí, en el límite con Esmeraldas, está ubicado el cantón Cojimíes. Su balneario es extenso, con aproximadamente 20 puestos de comida.
En un extremo de la playa, al pie de un borde rocoso, están dos surfistas y un pescador sentado en un bote. El hombre prefiere no hablar.
Cerca de la playa, en un brazo de mar, aparece un pequeño puerto de pesca. La obra está en construcción, pero los pescadores y guías que ofrecen paseos a la Isla del Amor, en Esmeraldas, pasan ahí. Ese es el sitio para el estacionamiento y salida de las lanchas, sea para la pesca o el turismo.
Tres pescadores descansan en el puerto. Uno de ellos cuenta que los narcos no reclutan a los lugareños por temor a que los delaten. Entonces, llevan gente de otros cantones manabitas o de Esmeraldas.
Cuando está por salir el narcótico, la red de colaboradores coordina para que al mismo tiempo llegue una lancha vacía y un camión con droga. Se hace el traspaso de los bloques y la embarcación zarpa a alta mar.
Todos los envíos se hacen por la noche, para evitar la presencia de los policías. “Aquí, uno no se entera hasta cuando ya se fueron con la droga”, dice un pescador. Apenas dice eso, se levanta y se va. (El Comercio)