Venezolana en Ecuador que quiere dejar trabajo sexual para convertirse en abogada

Gaby se gana su billete en un night club de Guayaquil, pero sus sueños están a 1.907 kilómetros, donde hace dos años estudiaba para ser abogada.

Por eso ahora ‘camella’ duro, quiere llenar su ‘chanchito’ y retornar a su natal Valencia, estado de Carabobo, en Venezuela, donde aspira a conseguir su título profesional.

“Mi ilusión es terminar mis estudios universitarios, quiero ser abogada y tengo que lograrlo, esa es mi meta”, cuenta con emoción la extranjera de 22 años, quien se mantiene bailando en un centro de diversión para adultos, donde todas las noches se quita la ropa y ejecuta movimientos sensuales para cautivar clientes.

Recuerda que cuando cursaba el tercer año de Derecho, se agudizó la crisis económica en su país. El sueldo mínimo (40.000 bolívares se traduce en 2 dólares al cambio), que ganan su padre como profesor y su mamá como enfermera, apenas les alcanzaba para comer.

La falta de transporte en su barrio dificultaba su asistencia a clases. Eso la empujó a la calle a buscar trabajo. “No había quién me llevara a la universidad, por eso preferí hacer un alto a los estudios y trabajar para ayudar con los gastos de la casa”, relata la joven que mide 1,66 metros de estatura.

SU DESTINO FUE COLOMBIA

Un día, Gaby agarró un bolso, guardó maquillaje, perfumes, zapatos y ropa. Consiguió dinero para el pasaje y se embarcó en un bus que la llevó a Bogotá, Colombia, donde supuestamente había ‘camello’ suficiente para los migrantes. Pero se ‘estrelló’, la realidad no era como sus amistades le habían ‘pintado’. “Cuando llegué me di cuenta que había más venezolanos que colombianos, las plazas de trabajo estaban copadas y no me quedó otra opción que dedicarme a vender empanadas y panes en la calles de Bogotá. Me ganaba algo de dinero, pero no era suficiente para enviar a mis padres, todo se iba en alquiler del cuarto y alimentación”.

Así anduvo alrededor de tres meses hasta que se cansó de vender empanadas y se contactó con una amiga que viajó a Ecuador y que le aseguró que le iba bien.

“Me dijo que me tenía una vacante en un bar para que trabaje de mesera. Como yo estaba sin dinero, ella me ayudó enviándome 50 dólares para el pasaje y viajé de inmediato a Guayaquil. Yo quería trabajar y no dudé en venir”.

SU LLEGADA

Gaby llegó a nuestro país a las 23:00 de un domingo de julio del año pasado. Estaba nerviosa por la experiencia vivida en Colombia y no quería volver a ‘estrellarse’. Miró al cielo, se encomendó a Dios y abandonó la sala de embarque de la estación de buses. “Había que arriesgarme, no podía quedarme cruzada de brazos”.

Con las indicaciones de su amiga, tomó un taxi en la terminal terrestre porteña y pidió al chofer que la llevara hasta un night club ubicado en la vía a Daule, donde la esperaban.

“No sabía que era un sitio donde se ofrecían servicios sexuales, solo supe que era un bar. Cuando llegué, mi amiga pagó el flete porque ya no tenía ningún centavo en mi cartera. Ella me ofreció un cuarto para que descansara esa noche. Al siguiente día me mostró el lugar donde trabajaría de mesera”, rememora la venezolana.

Así empezó su nuevo trabajo que la sacaría de la chirez. Gaby fue adiestrada para llevarle cervezas a los clientes, vestida con ropa sexy. De inmediato empezaron a llegarle piropos e invitaciones disimuladas para tener sexo, pero ella no ‘paraba bola’ y seguía con sus tareas.

En su primera semana le fue bien, tenía dinero para enviar a su familia en Venezuela.

¡Del ‘chongo’ a los tribunales!
Gaby recibe 5 dólares por cada baile. A ello se suman las propinas de los ‘mirones’.

CAMBIÓ LA IDEA

El 1 de enero este año, Gaby retornó a su país con una ‘bola’ de plata que había ganado sirviendo bebidas. Conversó con su familia, les contó su experiencia y volvió a Ecuador cinco días después.

Continuó trabajando de mesera, hasta que un día se le ‘abrió el ojo’ y decidió complacer a un cliente. Le fue bien en su primera salida. Sus ingresos aumentaron y no soltó el ritmo.

“Mi primera vez fue con un señor colombiano. Le dije que estaba nerviosa porque nunca había atendido a hombres de esta manera y él me tranquilizó. Todo resultó bien y después de estar conmigo 15 minutos aproximadamente, me regaló 40 dólares, la tarifa era 20”.

Pese a que podía obtener más dinero, se sentía incómoda, jamás había estado en una situación así. Solo se ponía trajes diminutos cuando iba a la playa.

SE DEDICÓ AL BAILE

Gaby estuvo dos meses brindando servicio sexual a quienes visitaban el night club. Pero a inicios de marzo pasado, prefirió dedicarse a la tarima en el mismo sitio y dejar a un lado la idea de acostarse por dinero.

“Le bailo a los clientes, me desnudo y por cada pieza musical el dueño del local me paga 5 dólares. Si bailo dos veces, me llevo diez dólares en una noche, lo cual en Venezuela significarían dos meses de trabajo. Aparte de las propinas que te dan las personas, eso aumenta mis ganancias”, relata la bella Gaby.

Dice que en una noche buena, solo por mover las caderas, agarrarse al tubo y mostrar sus partes íntimas al público, se lleva entre 30 y 40 dólares.

“Con eso tengo para mandarle algo a mis padres, el resto lo ahorro, porque no gasto en alquiler, aquí nos facilitan un cuarto en el que pagamos algo mínimo”, indica la chica de cabellera negra y ojos color miel.

Los jueves, viernes y sábados son los días ‘pepas’, también quincena y fin de mes, ya que acude más gente y las propinas aumentan.

Gaby no reniega de su suerte, porque gracias a este trabajo ha logrado mantenerse a flote y ayudar a su familia. Aunque añora volver a su barrio, retomar los estudios, estar con sus amigos y abrazar a sus padres.

“Los ecuatorianos me han tratado muy bien, pero ya es hora de volver a mi tierra, quiero estar allá”, dice con nostalgia.

ADQUIRIÓ SUS BIENES

Con el dinero que ha ganado, Gaby montó una tienda para su mamá en Valencia. También se compró un carro de segunda mano y una casa, donde aspira a vivir el resto de su vida junto al hombre que fleche el corazón.

Por ahora sigue llenando la alcancía para retomar sus estudios, porque apenas llegue a Valencia se matriculará en la universidad para concluir la carrera de Derecho.

“Cuando mis padres me preguntan sobre mi trabajo, solo les digo que estoy en un bar; no saben que es un night club, tampoco se han enterado que me he dedicado a la prostitución”, refiere Gaby, quien oculta su actual realidad para que su familia viva con algo de dignidad en medio del dolor y la angustia que genera la crisis. (Extra)

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