Ramón Moreira, un hombre ecuatoriano, se jactaba de haber procreado 96 hijos durante su vida con unas 49 mujeres diferentes. Hace más de diez años, fallecía por un derrame cerebral con 72. A su funeral asistieron más de la mitad de sus descendientes, 52 de sus hijos acompañaron a Katiuska, su última mujer, en el recuerdo de su padre.
La localidad donde residía “Don Ramón Gonzalo” era Chorrera. Esta pequeña población de pescadores situada en la costa de Manabí, en Ecuador, atraía a muchos curiosos por su historia completamente inverosímil. Allí, había instalado un hotel con restaurante playero junto a la que fue su compañera durante los últimos 26 años de vida.
Antes de disponer de esta humilde dependencia en Chorrera, fue marino, camionero, contrabandista de combustible y aceite, comerciante y pescador. En su etapa como pescador aseguraba haber tenido una mujer en cada puerto. Incluso, se había enamorado en uno de sus viajes de una monja y reconocía haber violado la castidad de esta religiosa.
Ramón Moreira se sentía orgulloso de sus hazañas amorosas y aseguraba haber nacido con el don de enamorar a las mujeres. Se definía sexualmente apasionado. Tenía relaciones sexuales cinco o seis veces al día y no todas con la misma mujer. Tanto es así, que una noche dieron a luz dos de sus mujeres. Su fama fue tal que en una ocasión una mujer estadounidense se presentó en su casa solicitando que le hiciese un hijo.
Katiuska y Ramón Moreira junto a algunos de sus hijos
A su última compañera de vida solo la dejaba descansar durante el reposo postparto. Al día siguiente, ya se sentía preparado para tener otro hijo con ella. Katiuska Argote Ponce, así se llama, conoció a Ramón Moreira en Malta. Este hombre se la llevó a Ecuador y ella estaba orgullosa por ser la mujer del hombre con más hijos del mundo incluyendo los suyos. Aun así, sabía que él seguía teniendo relaciones con otras mujeres.
Katiuska, la compañera de Ramón Moreira durante los últimos momentos de su vida, recibía con los brazos abiertos a todos los hijos de su pareja. Y le hacía ilusión poder juntar a todos en su casa. En 2005, cuando había conseguido el nombre de unos 50 de ellos, consiguió reunir en su casa a 42. Una de las hijas decía conocer a 40 de sus hermanos y sabía quiénes eran todas sus hermanas aunque reconocía no acordarse del aspecto de alguna de ellas.
En sus últimos años, las enfermedades hicieron disminuir su actividad procreadora. Una úlcera, un derrame cerebral y un infarto habían hecho mella en este hombre ecuatoriano que sentía tristeza por no haber podido conocer a todos sus hijos. Se murió sin consumar este deseo.
Texto: Marcos García