El pasado lunes 04 de junio, el presidente Lenín Moreno se dirigió al parque Bicentenario de la Capital (Quito), escenario, que pese a su frondoso verdor y aire puro, nos parecía atípico para la realización de un acto oficial; no obstante, tampoco nos oponemos a que el Primer Mandatario y sus asesores comunicacionales -y ambientales, imagino-, busquen oxigenar su imagen, reverdeciendo su popularidad bajo el manto fresco de la naturaleza, y más aún, si la cuestión era rodearse de atletas de alto rendimiento, a quienes con acierto el Gobierno Nacional consideró laurear por sus recientes gestas deportivas representando al país.
Es conocido que en el ejercicio del poder pocos detalles, acciones u omisiones se dejan al azar y más cuando se trata de la presidencia de la República, por eso creo, que el contexto light y descomplicado, que se preparó en torno a aquel espacio campestre, fue pensado como una tramoya llena de actores secundarios, dispuestos cuidadosamente alrededor del Primer Mandatario, en una suerte de círculo de protección comunicacional, llamado a mitigar, en cierta forma, la onda explosiva de la detonación política que estaba por ocurrir.
Y así, como quien no dice nada, como casi siempre, el presidente Moreno desde su inmutable apacibilidad, con voz amigable e inocua anunció: “Hemos decidido desclasificar absolutamente toda la información que tenemos o que tiene la SENAIN (…) con respecto al caso del general Gabela, desclasificar toda la información que está pendiente todavía…”.
Durante el primer año del actual gobierno, los ecuatorianos hemos sido arrojados a una marea embravecida, aguas poseedoras de una fuerza irresistible que nos arrastra, sin importar nuestra voluntad, hacia lo profundo de una tormenta política donde proliferan las confrontaciones fratricidas, ajusticiamientos sociales y los llamados baños de verdad.
En ese contexto, un ingrediente que no puede faltar en la mesa servida, es el pasado insepulto, aquellos relatos que resistieron la indiferencia de las autoridades de turno y el olvido de un público distraído con la pomposa parafernalia oficialista, inmunes al paso del tiempo, debido a la lucha y constancia de sus protagonistas.
Así es como no he podido olvidar ese nombre, ese caso, aquella historia que aún me suena conocida, y que pese a los años, imágenes invaden mi memoria. Un exComandante de la FAE muerto a tiros, un crimen resuelto con aliento a impunidad, o al menos, eso es lo que dice, como una letanía, la dama que llora al general Gabela, su esposa Patricia Ochoa Santos. Ella expresa su verdad con convicción y seguridad. En su fúnebre pero altivo peregrinaje por medios de comunicación, calles y tribunales, las respuestas oficiales no la satisfacen ni logran apagar su voz de lamento, voz que ahora parece encontrar eco, ese que salió como estruendosa explosión, camuflada detrás de una declaración presidencial de apariencia inofensiva de aquella jornada campestre del parque Bicentenario.
Jorge Gabela Bueno fue el primer comandante de la Fuerza Aérea Ecuatoriana del gobierno del expresidente Rafael Correa, su regencia al frente de la FAE estuvo marcada por las críticas públicas realizadas al proceso de compra de los tristemente conocidos helicópteros Dhruv de fabricación India. El general Gabela en repetidas ocasiones expresó que las naves indias no tenían garantías técnicas suficientes para operar en el Ecuador, detracciones y denuncias que el difunto general mantuvo y sustentó en diversas instancias, incluso después de ser cesado del Comando de la FAE; postura patriótica y llena de razón –dado el trágico desenlace de los Dhruv- al calificar de trapacería a dicha adquisición, le valieron la cosecha de poderosos enemigos, dentro y fuera de las fuerzas armadas. El general y su familia denunciaron constantes persecuciones, vigilancia y escuchas telefónicas ejecutadas, según ellos, por agentes del Estado, aseveraciones que alimentan las más oscuras teorías que proliferan respecto a su asesinato.
Su voz cuestionadora, valiente, propia del talante castrense de la vieja escuela, se apagó tras diez días de agonía, luego de ser baleado en su casa aquella madrugada del 18 de diciembre del 2010. El general Gabela no pudo vencer a la muerte, pero tampoco se fue sin dar pelea, su legado de hombre de honor aún retumba por la patria, incluso en los rincones más opacos de los cuarteles y oficinas, desde donde posiblemente se ordenó su ejecución.
Los caminos que se deben recorrer para aclarar el caso Gabela, son a mi entender, sinuosos y sombríos, para saberlo basta sumergirse un poco en la abundante información pública y privada que yace en el internet; y rápidamente se puede percibir un aroma de albañal, las conjeturas tejidas al respecto son diversas, pero en su gran mayoría apuntan a señalar conspiraciones oficialistas que devienen en un crimen de Estado, versión que difiere abismalmente de la teoría de un robo perpetrado por delincuencia común que terminó mal, como señaló en varias ocasiones el gobierno anterior.
El tiempo y la tinta de este espacio son limitados; y no buscamos erigir un tribunal de juzgamiento alrededor de este artículo, no somos dueños de la verdad, no obstante, la buscamos y la deseamos libre de ataduras y opacidad. Esta búsqueda no tendría mayor razón de ser, al menos, si el informe final encargado por la comisión gubernamental investigadora al perito en criminalística internacional, Roberto Meza Niella, no estuviera perdido, o al menos así dicen, informe final cuyo paradero es una incógnita y al que muchos llaman “Tercer Producto”.
Continuará…