El Juncal es uno de los últimos refugios de los algodoneros en Ecuador. Es un caserío a 5 kilómetros de Tosagua (Manabí), donde viven 20 familias que mantienen ese cultivo como una tradición.
El clima es cálido, de camino pedregoso y lleno de vegetación. Ángela Chávez, de 46 años, tiene una de las pocas plantaciones de algodón. La única hectárea está sembrada detrás de su casa de caña.
En la primera semana de agosto, el algodón estaba listo para la cosecha. La siembra está separada por columnas y cada integrante de la familia -cinco personas- se dividió el trabajo para terminar más rápido.
La mujer llamó a su padre, Francisco Chávez, de 77 años, para que la ayudara. De pequeña aprendió de él a cultivar los capullos y luego ella enseñó a su esposo y a sus dos hijos.
Para cubrirse del sol vistieron con camisas de mangas largas y usaron gorras. Con sacos amarrados a la cintura, empezaron a recoger desde las 06:00. Antes del mediodía ya habían acabado de cosechar la hectárea.
El algodón se recoge manualmente. Francisco recordó que sus abuelos se dedicaban a cultivar la fibra, luego su padre llegó a tener 6 hectáreas, pero antes de morir decidió vender todo. Eso ocurrió hace unos 40 años. “Ahora en esas tierras hay maíz”. Y en esa época los capullos eran más grandes que los que hoy cosechan en las tierras de su hija.
De sus cinco hijos, solo Ángela conserva el cultivo. Y tiene otras 12 de maíz porque el precio es más estable. Hace 10 años el precio de quintal de algodón era USD 45 y ahora 31,50. Pasando un año la familia decide sembrar algodón para obtener dinero extra.
Su vecino Darío Zambrano, de 27 años, también sembró una hectárea de algodón entre sus 17 de maizales. Desde los 8 años recogía algodón para sus tíos, quienes tuvieron 20 hectáreas hasta el año 2000.
Ahora, él solo tiene una hectárea porque el precio de producción no alcanza. “Lo siembro por tradición, no por negocio”. La mano de obra la busca entre la familia o vecinos, para cosechar. Por cada quintal cosechado se pagan USD 12, pero diez años antes costaba entre 6 y 8, según Zambrano.
El alto costo del jornalero, los bajos precios del quintal y la falta de semilla certificada impactaron negativamente.
El Juncal es una de las 30 comunidades dedicadas al algodón en Tosagua. En todo el cantón hay 240 hectáreas sembradas, en este año. Pedro Carbo (Guayas) tiene otras 60 hectáreas. En el 2018 hay 300 hectáreas sembradas en el país y 280 productores. Esos datos son de Funalgodón, una organización que compra la producción de esos cantones para venderla a la industria textilera del país.
Hace 44 años la producción era de 36 000 ha; 10 años después los cultivos se desplomaron y llegaron a 8 000 ha; en 1992 se recuperaron a 35 000 ha. Luego las siembras descendieron hasta los niveles actuales.
La información de Funalgodón coincide con la del Ministerio de Agricultura (MAG).
El director de esa organización, Carlos Égüez, dijo que compra el algodón a los productores y luego lo vende a la industria privada, para la confección de hilos.
Se estima que la producción nacional del 2018 será de 453 toneladas de algodón en rama, que producirá 168 toneladas de algodón en fibra. Pero la industria textil necesita 16 000 toneladas, es decir que la producción nacional no cubre la demanda de la industria.
Según Égüez, uno de los problemas del sector es la falta de semilla certificada en el mercado nacional.
Zambrano también añade como problema las plagas que tiene el algodón, como el gusano rosado o la mosca blanca. Para que crezca debe invertir dinero. Por ello se inscribió para recibir el crédito de USD 224 que el MAG ofreció a través de Funalgodón. La organización además les brinda asesoría técnica en el cultivo y en el uso de fertilizantes y fungicidas.
Pero no todos los productores acceden al crédito. Ulvio Marcillo, de 62 años, sembró 5 hectáreas en el recinto San Mateo, a 1 km de El Juncal. “Aquí le llamaban el oro blanco, poco a poco ha ido desapareciendo, ahora hay puro maíz”. Su cosecha está prevista para finales de agosto.
Aprendió esta actividad desde joven, pues su papá se dedicaba al cultivo de algodón. Confesó que hace diez años decidió dejar de sembrar por el bajo precio, pero volvió a producir. Su deseo es que sus hijos aprendan la tradición y anhela que este año la cosecha sea buena para volver a sembrar. (El Comercio)