Cuando cae la tarde, salen solos o en grupos y se quedan toda la noche en calles, veredas o junto a las puertas de los locales donde compran el licor.
Su presencia se volvió tan recurrente que muchos libadores ya son conocidos entre los moradores de San Blas, la 24 de Mayo y La Magdalena.
En este último, los vecinos cuentan, con temor a ser identificados, que la presencia de bebedores en las calles Arenillas y General Píntag no se redujo pese a las restricciones para frenar al covid-19. De hecho, sucede lo contrario.
Ahora hasta madrugan, relata una de las vecinas que ha visto cómo hombres y mujeres de todas las edades se acercan a las tiendas desde las 06:00 para comprar la conocida guanchaca. Golpean la ventana de esos locales, reciben las botellas y se van a tomar por el barrio.
Eso incomoda a tenderos, propietarios de bodegas, restaurantes y hasta centros médicos que abren con recelo, por miedo a encontrarse a un libador dormido en su puerta, o con ánimo de buscar pelea.
Los vecinos cuentan que esta situación les ha obligado a presentar denuncias a las autoridades. Dicen que los controles son esporádicos y que después, los libadores regresan.
Gabriela Obando, supervisora de la Agencia Metropolitana de Control (AMC), admite que aun cuando los operativos se hacen a diario, los libadores representan un problema que afecta a varios sectores de la urbe.
Cuenta que es la segunda infracción más común en la ciudad, después del no uso de mascarilla. “Quito es una ciudad de libadores”, dice la supervisora.
En La Magdalena, por ejemplo, cuenta que en un recorrido se encontró la venta ilegal de licor sin registro sanitario en el interior de una peluquería.
También se han identificado libadores de forma frecuente en canchas deportivas, parques y en sitios como la calle Ajaví, el bulevar de la 24 de Mayo (Centro Histórico), Carcelén, la Av. De los Shyris y el mirador de Guápulo.
Y aunque la AMC es la única entidad municipal que puede aplicar sanciones por libar, el objetivo de sus operativos es disipar las aglomeraciones que los bebedores puedan provocar, según Obando. Además, el abordaje a personas en estado etílico representa un riesgo para agentes y funcionarios, porque muchos reaccionan con violencia y no siempre usan mascarilla.
Solo el fin de semana del 17 y 18 de abril -antes del toque de queda ininterrumpido- se desalojó a 15 000 personas. Y en lo que va del 2021, se han iniciado 289 actos empezados por beber en la urbe. Las denuncias también han sido frecuentes desde otros sitios como San Blas y La Tola.
Para Juan Carlos Rojas, presidente de San Blas, la presencia de libadores a toda hora ya es parte del día a día en puntos como los exteriores del coliseo Julio César Hidalgo.
En la intersección de las calles Fermín Cevallos y Pichincha, la tensión por decenas de personas que beben a plena luz del día es inevitable.
El martes pasado, un grupo de 10 hombres y mujeres estaba junto a las puertas del coliseo con botellas escondidas en fundas mientras conversaban, se reían, abrazaban y sin usar mascarilla. Eran las 15:30.
La mayoría de los comercios que rodean este espacio en donde también estacionan taxis y camionetas de carga liviana son tiendas y bodegas.
Allí, y en el cruce de la Esmeraldas y Valparaíso, o en la Manabí, se vive un ambiente similar. Muchos comerciantes hasta cierran antes de las 18:00 porque saben que en cualquier momento se puede presentar una pelea entre los libadores.
Dicen los vecinos que hay un local que se convirtió en una cantina donde se reúnen todo el día para ingerir licor.
“El barrio está contagiado de descuido, decadencia y de quemeimportismo”, relata con indignación Fernando Velasteguí, morador de San Blas desde hace un poco más de 11 años.
Rojas pide atención urgente a esta zona. En los últimos meses, opina, no solo aumentaron los libadores sino que trajeron al barrio la mendicidad y la violencia. Afirma que muchos de ellos son de escasos recursos y roban para comprar licor.
En la calle 24 de Mayo, los libadores aparecen desde las 08:00. Cuando no están acostados sobre los graderíos o bancas recién remodeladas, se quedan en los portones de las casas a conversar. Las botellas las tienen camufladas en su ropa o en envoltorios, en el suelo.
Obando cree que la organización barrial también puede contribuir a mermar esta problemática para concretar así acciones conjuntas. (El Comercio)