Solo quisiera darles un consejo a los padres: si notan que algo extraño les ocurre a sus hijos, no se conformen con el “no pasa nada, mami”; si los ven llorando al salir de la escuela, de mal genio o tristes, indaguen más hasta descubrir la razón. Lo dice Fernanda, de 31 años, y su llanto no la deja seguir.
“Me pongo en el lugar de mi hijo Carlos y entiendo que ha sufrido mucho y que por fin este año se siente más fuerte, acompañado, respaldado por mi esposo y por mí”.
El Comercio protege los nombres de la madre y del niño. Esta última semana, ellos han puesto a hablar sobre la violencia en las aulas, otra vez, a familias, a autoridades y a quienes integran el plantel, fundado en junio de 1897 en Quito.
¿Qué pasó? A todos les suena doloroso, pero varios critican a los padres por haberse enterado de supuestos maltratos a sus hijos, después de dos años.
El pasado 20 de septiembre, en una reunión, Fernanda y más madres del sexto de Básica C entendieron por qué sus hijos lloraban y llegaban a casa con los pantalones manchados (perdieron el control de esfínteres), entre el 2017 y el 2019.
Ese día, la tutora de ese ciclo 2019-2020 les comentó lo sorprendida que le dejaron las preguntas que sus alumnos le habían hecho. “¿Usted no nos va a amarrar? ¿Nos pondrá scotch (cinta adhesiva) en la boca? ¿Nos va a pegar?”. Y le habrían contado que eso vivieron con su antecesora en cuarto y quinto de Básica.
“La profesora me decía que mi hijo era malcriado. Yo le respondía que hablaría con él en casa. Él lloraba mucho. A veces salía de clases y tenía manchada su ropa interior con popó o con pipí. No me contaba qué pasaba, yo sentía desesperación”, recuerda la madre, que al saber lo sucedido llegó a casa y conversó con su hijo.
Carlos lloró mucho y le confesó lo que sufrió, le dijo que por el scotch las comisuras de sus labios estaban lastimadas y que calló todo el tiempo porque “nos amenazaba, podíamos quedar huérfanos si hacía que ustedes vayan a prisión”.
Otras tres madres, de dos niños y una niña, compartieron experiencias parecidas. A uno incluso, según Fernanda, le ponía apodos por su tez trigueña.
En un informe del 15 de noviembre, una psicóloga infantil del Centro Médico La Mariscal, concluye: “Tras corroborar datos obtenidos en la entrevista, en test psicológicos y testimonios de escucha activa del niño y la madre, nos da la pauta de que han sido vulnerados los derechos del paciente”. Y agrega: “De todos los integrantes de su salón”.
También dice que “la sintomatología clínica y la proyectiva pueden dar pautas de posibles tipos de violencia a los que fue sometido por su docente, es necesario poner el caso en manos de autoridades competentes, para iniciar una investigación y pedir una valoración psicológica a la profesora”.
El Ministerio de Educación, a través de su Subsecretaría de Quito, ha reiterado que tiene una política de cero tolerancia a la violencia. El jueves, a través de un comunicado, informó que ya denunció el caso ante la Fiscalía General del Estado. Y que la docente está suspendida de sus funciones en el plantel y que hacen un análisis exhaustivo del proceso, que empezó en octubre pasado.
Según el informe psicológico, el niño relató que otros profesores veían lo ocurrido. Además, que su mamá le dejó una correa a la profesora, solo para que sintiera miedo.
“Cuando no copiaba las cosas me pegaba; una vez me preguntó cuántos golpes me debía dar y le dije dos y me preguntó duro o suave y le respondí suave y me dio duro. Igual a mi compañero, le marcaba la espalda por los golpes”.
La ministra de Educación, Monserrat Creamer, apunta que “los casos que suceden en las escuelas son solo la punta del iceberg de terribles problemas sociales que estamos viviendo, de fuerte descomposición social”. También relata que hace poco se reunió con presidentes de 50 consejos estudiantiles y que le conmovió que le hicieran notar su “profunda soledad”. Pidió ver “lo que ocurre casa adentro, escasez emocional de algunos miembros de las familias”.
La abogada y directora de Surkuna, Ana Cristina Vera, coincide. “La violencia se naturaliza, es un círculo”. Pero dice que los niños no tienen a quién contarle lo que viven en la escuela; algunos padres legitiman maltratos de docentes. “La escuela debería ser un lugar seguro. Hay una responsabilidad del Estado de contar con personal capacitado, que ayude a cambiar patrones socioculturales violentos”.
Liliana y su esposo David Montenegro se enteraron del caso por la prensa y creen que hay una responsabilidad compartida entre escuela y familia. “Por mi trabajo siempre estoy a ‘full’; pero apenas llego a casa le pido a mi hija Viankita, de 9, que me cuente lo que vivió, con punto y coma, si se peleó con una amiga… todo”.
¿Cómo ha logrado que su hija confíe? “Le pongo atención cuando conversamos. Dejo el celular a un lado; a veces en el diálogo la corrijo, le digo ‘tienes que respetar a quien es respetuoso contigo’. Hace dos años vino triste y me contó que le rompían los cuadernos. Enseguida fui al colegio y el problema se arregló, hay que estar pendientes de los hijos”.
La psicóloga Silvia Tapia resalta que los padres deben aprender a ir creciendo con sus hijos, adaptándose a las etapas que viven. Así podrán entender lo que les pasa. Para ella es vital que la madre, el padre o la persona con quien viva el niño le haga sentir que siempre lo respaldará.
Así, ahora te contará que peleó con un amigo. Y en el futuro te pedirá ayuda porque alguien intenta tocarle. Hay que ser observadores y también calmarse antes de reaccionar, de lo contrario el niño piensa ‘si se enoja tanto porque perdí un borrador, cómo se pondrá si le cuento esto grave”. La mamá de Carlos ahora le pregunta detalles de sus jornadas en la escuela, está alerta. Le jura a su hijo que todo pasará. (El Comercio)
Días después de presentado ese documento, la docente investigada y su abogado, según el IESS, interrumpieron la consulta de la psicóloga y a gritos le hicieron cuestionamientos.