Elegantes, juguetones y románticos, así son los piqueros de patas azules que habitan en la Isla de la Plata (Manabí). Si los turistas respetan las reglas de su hogar, como hacer silencio y mantener distancia, ellos no se asustan y se muestran tal y como son; incluso si están en pleno coqueteo entre macho y hembra, tampoco se cohíben.
Los secretos que guarda su actual hogar los conoce muy bien Wiston, un guía turístico de la zona. Cuenta que Francis Drake, un explorador inglés, escondió allí los tesoros arrebatados a navíos españoles, quienes lo consideraban un atrevido pirata. La fortuna allí oculta le dio el nombre que lleva la isla.
Wiston también revela que el terreno pertenecía a una familia guayaquileña en los años 60 que desistió de construir un hotel por el “mal clima” del sitio.
Ahora, afortunadamente a mi criterio, es parte del Parque Nacional Machalilla.
En la isla el calor es intenso y seco, aun así hay mucho verdor, crecen plantas medicinales y árboles de algodón. ¿Por qué? Wiston explica que el terreno guarda suficiente agua para que la vegetación sobreviva a largas épocas de sequía.
Los piqueros comparten su hábitat con las fragatas, que vuelan con sus pechos rojos en lo más alto de la isla. Desde allí también se aprecia la magnitud de los acantilados que se han formado y que son bañados por el agua del mar que llega en diferentes tonos de azul brillante.
En los alrededores de la isla también hay otros tesoros. Allí juegan tranquilas las tortugas marinas. Y cómo no hacerlo si saben que los guías y los turistas las cuidan y, además, comparten trocitos de lechuga con ellas. No temen sacar su cabecita y atrapar su golosina.
Y al fondo del océano nadan peces de todos los colores, la mayoría pequeños.
El agua es helada, pero el frío queda atrás cuando se observa tanta vida en su interior. En esta época, además, las ballenas jorobadas llegan a la isla y deleitan con sus grandes saltos a los visitantes. (El Telégrafo)