Manabí promueve su pasado ancestral y lo hace con el Parque Arqueológico Hojas-Jaboncillo

Esas tecnologías y las formas de vida precolombinas marcan el turismo arqueológico de Manabí. El mayor valor cultural es el Parque Arqueológico Hojas-Jaboncillo con un museo de sitio y terracerías prehispánicas en los cerros, a las afueras de Portoviejo.
Mientras que al suroeste de Manta se encuentra Ligüiqui, que muestra por su parte la relación de los manteños con el mar y la pesca.

La ciudad de los cerros

La sociedad que los manteños habitó hace más de cinco siglos en los cerros, al oeste de Portoviejo, y equivale a la extensión urbana de la propia capital manabita. El complejo es administrado por el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC).

Se trata del sitio arqueológico y el polígono patrimonial más grande del país, dice Gerardo Castro, director del Centro de Investigación. Su extensión es de cerca de 4 000 hectáreas, pero se pretende duplicar hasta las 8 000 hectáreas.

La información sobre las investigaciones está en el museo arqueológico del sitio, con más de 200 piezas, pero también en zonas de exhibición en el cerro.

Los vuelos de prospección con tecnología láser han identificado 29 000 estructuras en la cordillera. Entre ellas terrazas agrícolas, cimientos para residencias, templos y almacenes, e incluso canales de agua, reservorios y silos.

Una cabaña sirve como centro de interpretación en el sitio arqueológico de las afueras de Portoviejo.
En el museo, ubicado en la parroquia de Picoazá, se explica cómo en las cúspides se ubicaban las sillas manteñas en forma de U, ligadas a las élites de esta cultura. Y en los altos del terreno existen réplicas de los sillones para fotografiarse con la vista de Portoviejo.

También es posible observar cimientos de viviendas templos. O los vestigios de los silos de almacenamiento de granos bajo tierra. Chozas recrean las casas y exhiben representaciones manteñas, con sus rituales y formas de vida.

“Manabí es el secreto mejor guardado de la arqueología del país”, dice Castro. El complejo arqueológico es el segundo más visitado del país, con una media de 2 500 visitas al mes (ver datos).

Se exhiben también detalles de la historia de la parroquia urbana de Picoazá donde se encuentra el museo. “Tenemos una fiesta popular por cada mes del año”, dice Ernesto Pin, guía de la comunidad.

‘Corrales’ para peces y pulpos

En tanto, Ligüiqui es una pequeña comuna de la parroquia rural de San Lorenzo en Manta, ubicada entre el bosque seco y los acantilados. En 2018 se identificaron más de seis kilómetros ininterrumpidos de corrales marinos en el perfil costero.

Se trata de cercados o barricadas de piedra ideadas por los manteños para capturar y recolectar peces, crustáceos y moluscos en los cambios de marea.

Las estructuras de piedra en forma de U invertida permiten la entrada de especies en marea alta y, en marea baja, cercan como corral pulpos de roca. En Ligüiqui también se detectó un conjunto monumental de terrazas de cultivo, estructuras y albarradas (estanques de agua como lagunas).

Interior de una cabaña en el cerro Hojas-Jaboncillo, con representación del pasado manteño.

La Universidad de Alcalá de España, que trabaja en la zona con el INPC, ponderó el hallazgo por su conservación y funcionalidad. Y destacó su gran potencial para el turismo ecológico y comunitario.

Milton Guerrero, guía turístico de la comuna, dice que organizan recorridos guiados por los corrales marinos y los senderos de bosque con vestigios arqueológicos. Los recorridos (USD 20 por grupos) se pueden coordinar a través de la cuenta de Facebook comunitaria, Liqüiqui Turismo.

Desde hace un año abrieron cabañas gastronómicas en una playa a dos kilómetros de la comuna. “Nuestro plato típico es el pulpo. Tenemos un bolón de pulpo y camarón único. Pero también pescados como camotillo”, dijo el guía. La ‘morcilla’ de marisco es otro platillo insigne del lugar.

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