Diario Marca de España destaca el trabajo de Richard Carapaz en el Giro de Italia y la relevancia que tuvo Colombia dentro del logro del ecuatoriano. Aquí la nota:
l ciclismo, uno de esos de deportes que se nutren de historias de superación. El Giro de Italia 2019, el último gran ejemplo, fue conquistado por un corredor desconocido para el gran público y que, como otros muchos antes, nació en la más absoluta humildad de una pequeña casa de campo en el sector de Playa Alta, en Tulcán, provincia del Carchi, en Ecuador. Un lugar que se encuentra a apenas unos metros de la frontera con Colombia, país talismán para el flamante ganador de la ronda italiana: Richard Carapaz. En Colombia es donde se ha cimentado el éxito de un corredor al que la afición siente como local.
Allí, en plenos Andes y a 2.000 metros de altitud nació el hoy corredor del Movistar Team. Un hogar decorado por su madre, Ana Luisa, que sigue viendo desde ese remoto lugar las gestas de su hijo después de dar de comer a sus aves y ordeñar a sus vacas. En aquella zona creció el joven Richard, que empezó a tomárselo más en serio a los 15 años cuando se enroló en las filas del Panavial. pero fue en el RPM Team donde le cambió la vida. Con ellos ganó la Vuelta a Guatemala en 2013, en categoría sub-23, y fue en ese momento cuando llamó la atención de Édgar Gutiérrez, el ‘Pollo de Finca’, un masajista dedicado en cuerpo y alma al mundo del ciclismo durante gran parte de su vida. Fue él quien recomendó su fichaje a Luis Alfonso Cely, director del equipo Strongman, que se fió de su consejo y se lo llevó a Colombia para formarlo como ciclista de élite.
Un entrenamiento de ocho semanas en Tenjo le valieron para ganar el objetivo que se habían marcado, la Vuelta de la Juventud de Colombia, además de una etapa en la prestigiosa carrera del país cafetero, Clásico RCN (fue el primer extranjero en ganarlo). Los equipos europeos, siempre al acecho de lo que sale del siempre valioso mercado sudamericano, pusieron sus ojos en él y Carapaz hizo las maletas para desembarcar en el equipo Lizarte, equipo navarro y ‘banco de pruebas’ del Movistar Team. «Cuando me llamó Eusebio Unzué no me lo creía porque en Colombia hay una radio en la que te llaman y te hacen bromas», contaba a EFE hace unos meses. Le buscaron casa en Pamplona, donde se mueve en transporte público, y a rodar. Fue llegar y besar el santo. En cuestión de meses ya había ganado una etapa y la general de la Vuelta a Navarra.
No necesitó demostrar nada más. En el ciclismo actual, donde todo va tan rápido, el Movistar Team no quiso demorar su ansiado debut y lo subió al primer equipo para que empezara a nutrirse de conocimientos junto a ilustres del pedal como Nairo Quintana o Alejandro Valverde. El mismo Carapaz que dos años antes intentaba hacerse un nombre en el ciclismo de Colombia se encontraba de pronto rodando en el pelotón de carreras como la Strade Bianche, Romandía, Castilla y León, Dauphiné y toda una Vuelta a España, su primera gran vuelta. No le dio vértigo, acabó en el puesto 36 de los 158 que lograron cruzar la meta de Madrid. Fue el pistoletazo de salida para un corredor que no paraba de crecer.
En 2018 los resultados no se hicieron esperar: 11º en París-Niza, 3º en la Semana Coppi y Bartali, etapa y general en Asturias y debut en el Giro de Italia, donde su nombre dio la vuelta al mundo al ganar la etapa de Montevergine di Mercogliano y acabar 4º en la general final. sólo superado por Froome, Dumoulin y Superman López, ciclistas que hacía no mucho idolatraba por televisión desde Ecuador. Ahora se codeaba con todos ellos en las alturas y disputando las etapas como si llevara años. Meses después le tocó repetir en la Vuelta a España, donde siguió creciendo y acabó en 18º lugar. El presente año sólo podía ser el de su gran explosión.
La ‘Locomotra de Carchi’, como le apodan, volvió a triunfar en Asturias última preparación para su regreso a Italia, a un Giro donde acudía para ayudar a Landa pero las tornas que intercambiaron. El vasco, muy fuerte en montaña pero con mucho perdido en las contrarrelojes, tuvo que rendirse ante la evidencia. El ecuatoriano se hizo con los mandos del equipo y dio una exhibición de poderío, fuerza e inteligencia impropias de un ciclista que apenas acaba de cumplir 26 años. Se llevó la etapa de Frascati superando en el esprint a bólidos como Ewan y firmó el doblete en Courmayeur, donde se vistió de rosa, color que no abandonaría hasta el final en Verona para convertirse en el primer ecuatoriano de toda la historia en ganar una gran vuelta. Y habrá más, porque si algo quedó claro es que el Giro es sólo la primera parada de una locomotora descontrolada que obliga a descarrilar a los vagones que intentan seguir su endiablado ritmo. (Marca)