OPINIÓN | Gonzalo Zambrano, ¡cambio y fuera!

Las ciudades, sin las personas que viven en ellas, no son nada más que una inmensa jungla de cemento, estructuras vacías de humanidad, casas sin alma de hogar, un conjunto de calles y edificios inertes y sin propósito.

Portoviejo es su gente, su comercio, su música, y sus historias; sus esquinas risueñas y polvorientas, el dolor de la destrucción del terremoto, pero especialmente, Portoviejo es la alegría, solidaridad, y la garra manaba de sus hijos. La ciudad está de luto, viste de negro duelo mientras sollozando despide a uno de sus ciudadanos predilectos; falleció Gonzalo Zambrano, por eso Portoviejo hoy es menos Portoviejo.

Gonzalo fue un ícono de la ciudad, heredero de una estirpe esencial en la sangre de los portovejenses, el carisma puesto a las órdenes del comercio. Desde su trinchera “Comercial Gonzalo Zambrano”, trascendió los límites de su propia humanidad, dejando de pertenecer únicamente a su familia y amigos, como la gran mayoría de los mortales, pasando entonces a ser propiedad de todo el pueblo que lo adoptó como suyo, y de Portoviejo, la ciudad que amó con intensidad hasta su último aliento.

Lo conocí en mi niñez, hace un montón de años, en los tiempos en que acompañaba a mi madre al mercado; en ese entonces, Don Gonzalo tenía su local en la calle Olmedo, donde rodeado de infinidad de productos y víveres, atendía al pobre y al rico, al amigo y al desconocido, a los viejos y a los niños, como si todos fuéramos parte de una misma familia; no dudaba en contar cómicas anécdotas, comentar de fútbol, y hablar de política, todo al mismo tiempo, sin perder cuenta de nada, abastecía a todos con su cariño y atención, y ya de salida, jamás dejaba a nadie marcharse de su local, sin escuchar la frase que lo inmortalizó…cambio y fuera!!!.

Su generosidad y genuina sensibilidad por los problemas del pueblo lo desbordaba y mantenía su espíritu de servicio inquieto; quizás por eso ingresó a la política, llegando a ser concejal del cantón, cargo que desempeñó con eficiencia y sencillez, pudiendo mantener indemne el cariño de la gente, que siempre reconoció en Gonzalo a un ser humano que vivía para servir con honestidad y carisma; su espíritu nunca se perdió en las engañosas rutas del poder político.

La vida, hace poco más de una década, nos encontró una vez más, en esta ocasión, dentro del Club Rotario de Portoviejo; él era un socio de experiencia y aplomado en la agremiación; yo, un joven de 30 años con ganas de servir; y como tantos años atrás en mi niñez, cuando visitaba su local comercial, Gonzalo me recibió con la calidez que sólo irradian los seres especiales, automáticamente me sentí como en casa. A través del servicio y la camaradería característicos del Club Rotario, compartimos innumerables jornadas, actividades, viajes, veladas y conversaciones, memorias que hoy atesoro con el cariño imperecedero que le adeudo.

Gonzalo además de un extraordinario hombre de familia, fue un comerciante único, quien supo reponerse a las crisis económicas de un país inestable y un entorno de negocio cambiante; así pudo volver de sus propias cenizas y reinventarse para competir con las grandes cadenas nacionales, modernizando sus nuevas instalaciones, sin perder su esencia, manteniendo ese ambiente amigable para el pueblo, que invita a la gente sencilla a conseguir alimentos en la despensa de toda su vida.

Indudablemente, Gonzalo también fue un luchador incansable, y un optimista convencido; superó los avatares de su larga enfermedad en varias ocasiones, siempre cobijado por el amor y los cuidados de Virginia, su inseparable compañera de vida; jamás mezquinó una sonrisa, una frase de aliento, una esperanza, siempre pudo contagiar sus incansables ganas de vivir, a pesar de sentir que su tiempo expiraba.

La última vez que pude verlo fue 9 días antes de su partida, en una reunión de su amado Club Rotario; como secretario me correspondió registrar su participación. Nos limitaba la virtualidad de esta época de encierro y ausencia, pero junto a mis compañeros, a través de la cámara que nos separaba, lo abrazamos con fraternal cariño, reconociendo su esfuerzo por asistir y compartir con nosotros las cuestiones de Rotary. Él, rodeado de medicamentos y aparatos de asistencia, nos abrazó de vuelta.

Portoviejo llora tu partida querido amigo, el pueblo abraza tu recuerdo y el comercio se aferra a tu ejemplo. Termino dedicándote un extracto del poema de Mario Benedetti, La Gente que me Gusta; recuerdas que lo leí cuando asumiste la presidencia del club en junio del 2017; estabas feliz, y yo feliz de leerlo para ti.

Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio.

Cambio y fuera Gonzalo.

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