Diario Extra.- “Levántate, papito… no nos dejes, no te mueras”, gritaba una niña, de unos 11 años, que miraba cómo la ‘pelona’ se llevaba a su progenitor, identificado como Arturo Ismael Mayorga Farías.
El hombre, de 39 años, fue asesinado la tarde del 26 de septiembre. Estaba sentado debajo de un árbol de guaba, afuera de su casa, en las calles José Peralta y Séptima, norte de la parroquia Venus del Río Quevedo. Estaba en compañía de su amigo Jefferson Iván Paladines Cedeño, de 19 años.
Según testigos, unos sujetos que se movilizaban en una motocicleta y en un vehículo sacaron armas tipo fusil y los ‘rellenaron’ de plomo.
Paladines fue llevado en una moto hasta el hospital del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) para que fuera atendido, pero en la casa de salud solamente se comprobó su muerte.
El jefe policial Darwin Guevara indicó que lograron levantar al menos nueve vainas de calibre 2.23 que se usan en los fusiles.
Los ‘cacharon’
Mientras agentes realizaban el levantamiento del cadáver se efectuó el allanamiento del inmueble y en su interior encontraron sustancias sujetas a fiscalización, por lo que una persona fue detenida para investigaciones.
Luego del ataque armado, los uniformados les recomendaron a los familiares de los occisos no velarlos. Esto debido a que se podría registrar un nuevo atentado por parte de los gatilleros. Y no se equivocaron.
No pasó ni una hora del asesinato y los criminales retornaron al lugar del crimen: la casa de Mayorga.
Al parecer querían asesinar a su conviviente, una mujer de 30 años.
La cacería
La pareja del asesinado salió de su residencia para realizar los trámites de la autopsia y se dirigía hasta la Fiscalía en el vehículo de la funeraria.
Luego de terminar los papeleos, la viuda emprendió el retorno a su domicilio, pero de un momento a otro aparecieron los antisociales, quienes persiguieron el carro en el que viajaba. El conductor aceleró para llegar hasta el lugar del crimen, donde había presencia policial.
Los gritos y el susto se hicieron presentes ante la posibilidad de una nueva balacera en el sector. Todos corrieron: moradores y hasta los gendarmes, quienes se cubrieron detrás de sus automotores.
Los criminales se dieron a la fuga y la muerte se quedó con las ganas de llevarse a la esposa de Mayorga.