Un pequeño pórtico de una iglesia de New Haven, Connecticut, es la frontera que divide al mundo del ecuatoriano Nelson Pinos González con la vida en el exterior.
El padre, de 44 años, reside en Estados Unidos desde 1992, pero hasta ahora no ha logrado obtener una visa. En noviembre de 2017, a Nelson le llegó una orden de deportación.
Este documento es un primer aviso para que los migrantes irregulares se entreguen de manera voluntaria a las autoridades migratorias de Estados Unidos.
Por esta razón, el residente de New Haven decidió obtener refugio en una iglesia metodista, pues el servicio de inmigración estadounidense considera a los edificios religiosos como locaciones sensibles.
«Esto es lo más lejos que puedo salir. No puedo cruzar la reja, porque si la cruzo estaría en riesgo de ser detenido», aseguró el ecuatoriano en una entrevista que concedió a la cadena de noticias CNN en Español. «Nunca he estado en la cárcel, pero esto es la cárcel», se lamenta Pinos.
El hombre, que lleva más de 26 años viviendo en Estados Unidos, está casado tiene un niño de seis años y dos hijas mujeres en plena adolescencia.
Todos ellos nacieron en Estados Unidos y su padre hace todo lo posible por no separarse de ellos. Sus retoños lo visitan cada vez que pueden en esta iglesia.
La orden de deportación le fue entregada después de que el hombre faltara a una cita en una corte de inmigración. El documento había sido suspendido con la condición de que el ecuatoriano se reportara cada cierto tiempo ante las oficinas de la agencia de migración.
Pero, con la llegada de las nuevas políticas migratorias del presidente Donald Trump, su situación cambió. «Me estaba reportando con ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, por sus siglas en inglés), pero la situación cambió y se puso más difícil conseguir suspensiones», relató. Las autoridades negaron su última solicitud y se le dijo que debía comprar un boleto de avión para abandonar el país. (El Comercio)