Hannan, la niña que nació el día del terremoto en Manabí

Por: Nancy Vélez

Ella es una princesa de cuentos de hadas, luce un vestido rosado y unos zapatos de bailarina. Por momentos se muestra seria y en otros sonríe.

Hannan Zoe es el símbolo de la vida en medio de la destrucción. Un 16 de abril del 2016 que su familia celebra con alegría y respeto por aquellos que partieron.

Aquel día, la labor de parto que Flor María Sornoza tenía prevista para el lunes 18 de abril, se adelantó. Tras acordar con su médico la cesárea, regresó de Portoviejo hasta el hospital del Seguro Social, que en aquel tiempo estaba ubicado en la avenida de La Cultura en la ciudad de Manta.

Aquella niña es la tercer hija fruto del amor entre Flor y su esposo Héctor Vélez.

Con el vientre abierto

Todo fluía con normalidad, a no ser por los normales nervios en las horas previas a la cesárea. Flor fue arreglada para la intervención quirúrgica, con el vestido verde puesto la llevaron hasta el quirófano ubicado en la planta baja del edificio de seis pisos; su marido y su suegra esperaban en la parte de afuera.

Flor fue anestesiada. Cerca de las 18h45 pudo escuchar el llanto de su hija y fue feliz. Pudo ver que una médico se la llevaba, se trataba de la pediatra Diana Moncayo, quien fue parte del equipo de profesionales que atendió a la paciente y que estuvo conformado además por Héctor Salazar, anestesiólogo, Hernán Salazar, ginecólogo y dos enfermeras.

La operación quirúrgica no concluía cuando de pronto la tierra empezó a moverse. Acostada, atada a la cama, Flor podía ver como las luminarias del techo se movían de un lado a otro, escuchaba caer los recipientes y gritos, de pronto todo era oscuridad: “Un temblor”, exclamó sin palabras.

Afuera y totalmente consciente su esposo era uno de los que gritaba y abrazaba a su madre, quien lo acompañaba.

Para Héctor, el crujir de las paredes no era normal, veía como el edificio se balanceaba de un lado a otro, las paredes parecían chocarse entre sí. El estruendo del techo que se desprendía asustaba. Desde afuera podía escuchar el ruido que producían al caer las pinzas, los cuchillos, el instrumental quirúrgico, las lámparas médicas, etc.

Antes de que se fuera la luz, Héctor pudo ver como las paredes se desprendía. En medio de la oscuridad el olor a polvo le impedía respirar. Oía gritos, voces que pedían auxilio. Hasta ese entonces no sabía qué había pasado exactamente.

Corrió como un loco, entró a la sala de operación donde estaba su esposa y con la luz del celular la buscó entre los escombros.

Vio a varios médicos tirados en el suelo. Héctor, intentó levantar a su mujer, quien tenía una pierna fuera de la camilla y que gracias a Dios no se había caído con el remezón, pero al verla con el vientre abierto no supo que hacer más que preguntarles a los doctores ¿Qué va a pasar con mi mujer? El ginecólogo Hernán Salazar tomó el mando.

Colegas a esta mujer tenemos que cerrarla y así fue. En medio de las bandejas, el electrocauterizador, pedazos de cemento, vidrios, los médicos empezaron a buscar el instrumental que se necesitaba para la sutura. El cirujano Reynaldo Ruiz estaba nervioso, sin embargo, en ese momento, su pulso se templó y en cuestión de minutos la operación concluyó.

Flor recuerda que le pusieron una inyección para el dolor y además le dieron otras para que se llevara a su domicilio. Héctor cogió a Flor entre sus brazos, mientras su madre se hizo cargo de la recién nacida.

La oscuridad les impedía ver, el ascensor había sido destruido. En la escalera habían trozos de bloques que tenían que sortear entre aruñones y cortes, los gritos venían de todas partes. En cuestión de segundos el ulular de las sirenas se volvió una sinfonía, las piernas rotas, personas sin brazos, cuerpos mutilados, personas agonizantes, muertos, empezaron al colmar el parqueadero de aquella casa de salud. El transporte público colapsó. Héctor alcanzó a llamar a un compadre y le pidió que lo recogiera en el hospital.

Flor estaba entre dormida y despierta. Los brazos de su esposo fueron la mejor camilla que pudo tener en ese momento. Cerca de la medianoche el carro del allegado llegó. El chofer había tenido que atravesar la ciudad afectada por un terremoto de 7.8 en la escala de Richter. Entre dormida y despierta la recién parida fue embarcada en el automotor y llevada a su casa. La familia Vélez Sornoza cree que fue la mano de Dios los que lo salvó, pues el hospital quedó totalmente colapsado. Por un milagro, el quirófano donde estaba Flor no colapsó totalmente y todos los que en ese momento estaban allí lograron salir sanos y salvos.

Tres años después de esa tragedia Flor sonríe. Agradece que su familia haya sobrevivido. Cuando ve a su pequeña princesa que este 16 de abril cumplirá años de edad es feliz, sabe que aquel sábado Hannan Zoe fue el símbolo de la vida en medio de la devastación.

Nacieron 40 en total

El día del terremoto, en Manabí nacieron 40 niños según cifras de la Coordinación Provincial de Salud. En Manta, Portoviejo, Chone, Pedernales, algunas madres decidieron llamar a sus bebés Milagro. La hija de Yajaira Altafulla de Pedernales, es una de las que lleva este nombre.

La pequeña nació a las 03h45 del 16 de abril en Pedernales, epicentro del evento telúrico.

Luego de parir los médicos la mandaron a casa y fue allí donde sintió la furia de la naturaleza. La vivienda donde habitaba se remecía con tal fuerza que una pared cayó en la cama donde estaba su bebé, sin embargo, por causas que no se pueden explicar, la plancha de cemento y ladrillo no causó ningún daño en la recién nacida.

Según cifras oficiales de la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgo el terremoto que afectó principalmente a las provincias de Manabí y Esmeraldas dejó 771 muertos y 6.274 personas con heridas y/o contusiones.

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