Portovejense desahuciado tiene una segunda oportunidad de vida con trasplante

El teléfono sonó la noche del 2 de diciembre del 2019. A las 21:40 Fulton Guerrero recibió la llamada más esperada de su vida. “¡Ya está, el trasplante ya está! Eso fue lo único que pude decir”, recordó aún recostado en una cama del Hospital Luis Vernaza en Guayaquil.

Esa noche viajó desde Portoviejo, en Manabí, donde había sido desahuciado. “El día que recibí el diagnóstico me dijeron que no había nada que hacer, que moriría. Salí decepcionado. Me subí a mi moto y manejé como loco porque ya no me importaba nada”, relató.

Fulton tenía cirrosis terminal. El hepatólogo Javier Mora explica que es un cuadro complejo e irreversible, con severos síntomas: la piel suele tornarse amarillenta, la acumulación de líquido causa hinchazón abdominal y hay hemorragias digestivas por la ruptura de venas del esófago. “El trasplante es la única alternativa”.

En julio el paciente de 41 años entró a la lista de espera. Cinco meses después ingresó a quirófano para recibir el hígado de un joven donante, quien falleció debido a un accidente automovilístico. “Este ha sido el mejor regalo de Navidad que he podido recibir”.

De enero al pasado viernes, el Instituto Nacional de Donación y Trasplantes de Órganos, Tejidos y Células (Indot) reportó 623 beneficiarios. Y en los últimos 10 años son 5 816 trasplantes en el país.

Un donante cadavérico puede dar una segunda oportunidad o mejorar la calidad de vida a otras 50 personas. María Candela Ceballos, jefa de la Unidad de Trasplantes del Vernaza, dice que no solo se pueden beneficiar con los órganos sólidos, sino también con tejidos como piel, córneas, tendones, huesos y válvulas cardíacas.

“No hay parte del cuerpo que no se pueda trasplantar. Es una cirugía que da una vida nueva; son personas que pueden retomar sus actividades y recuperar su libertad. Eso no se compara con nada”. (El Comercio)

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