Una ex sicaria de 17 años intenta dejar su vida y las drogas atrás y dedicarse a cuidar a su bebé recién nacido

Foto: Ilustración

Valeria dejó de jugar con sus muñecas a los 8 años. Su tío, quien la cuidaba, la encerraba en su dormitorio para que ‘saludara’ a sus amigos. Aterrada, esperaba que la puerta se abriera y pasen, por turnos, a besarla y tocarla. A cambio, su familiar recibía y compartía con ella una sustancia blanca que, asegura, la hacía sentir “hiperactiva”.

Así pasaban horas, no recuerda cuántas, hasta que su abuela y otros parientes regresaban a casa. Sus padres, afirma, estuvieron ausentes: su mamá, también consumidora, estuvo en prisión durante tres años y ocho meses por ser cómplice de comercializar drogas junto a otras seis personas en una casa en Bastión Popular, según el proceso judicial; y su padre, quien laboraba como guardia de seguridad, fue recluido por homicidio culposo. “Fue un accidente, la bala se disparó por un roce que tuvo, mas no hubo premeditación”, argumentó su abogado en la audiencia. Lo sentenciaron inicialmente a tres años, pero luego recibió una reducción de la pena de un año y medio.
Valeria mantuvo el consumo en la escuela y colegio, adonde acudía con su mochila sin libros, solo con ropa para escaparse. “Lo que me daban para el refrigerio, cinco, diez dólares, lo gastaba en consumir. Me costaba $ 5 la funda”, cuenta esta adolescente que a los 12, por influencia de su enamorado, se unió a una agrupación criminal que manejaba una red de microtráfico en Guayaquil. Sus ‘zonas’ eran la Entrada de la 8 y un paso vehicular de la vía Perimetral, en el noroeste.

“Yo vendía hartísimo, le enviaba a mi jefa de $ 600 a $ 1.000 por semana”, asegura Valeria, quien comercializaba la sustancia sola, con una navaja escondida, en caso de que alguien de la ‘competencia’ intentara invadir su territorio.

Sus ‘clientes’ iban a pie, en carro o en moto. Eran adultos y jóvenes, aunque también se acercaban menores, pero a ellos -afirma- no les vendía. “Les decía ‘pelado, anda para allá’, porque no quiero que pasen por lo mismo que yo”, dice esta joven, cuyas muñecas están marcadas con cortes que se hacía para infringirse dolor.

Sus manos y brazos también están grabados con 19 tatuajes: caritas llorando, cruces, un ojo abierto y letras. Ninguno de ellos la identifica con la organización delictiva a la que pertenecía: “No me los he hecho, porque si voy a la cárcel me matan, no sé en qué pabellón me toque”.

De ese pasado, asegura que lo que más lamenta es haber quitado vidas a sus 16 años. A esa edad, detalla, le enseñaron a usar armas ‘pequeñas’, de calibres 38 y 22. Con ese conocimiento y en las reuniones a las que asistía con los más de cien integrantes de su organización, ‘la jefa’ le ordenaba hacer unas ‘vueltas’. “Ella me mandaba y yo iba demasiado drogada, hacheada, coquiada. Iba directo a meterle bala”, comenta, y añade que “con los primeros me tembló la mano, no podía. Pero drogada se me hacía más fácil”.

Valeria estuvo nueve años sumergida en el consumo y en ese ambiente delictivo hasta marzo pasado. La Policía la detuvo en una de sus ‘zonas’ por tenencia de sustancias. “Tenía ocho fundas grandes, cada una de $ 20?, confiesa esta adolescente, que tenía siete meses de gestación en ese momento.

El juez la sentenció a siete años de prisión, pero por su embarazo y al ser menor de edad fue recibida en el Centro de Desintoxicación del Municipio de Guayaquil, ubicado en el sector de Bastión Popular, en donde cada mes 30 mujeres intentan superar su adicción.
“Ahora que estoy en sano juicio me afectan todas las cosas malas que he hecho (…). Mi conciencia me acusa y en eso estamos trabajando aquí (en el centro), a aprender a dejar las cosas atrás”, dice esta joven, una tarde de abril, cuando aún permanecía en el centro.

Hoy, Valeria tiene 17 años y hace cerca de un mes se convirtió en madre de un pequeño. El tratamiento, con terapias psicológicas y ocupacionales, lo continúa ahora de forma ambulatoria y virtual desde la casa de su padre, quien asumió el compromiso de su cuidado.
Así, esta adolescente intenta mantenerse ‘limpia’ por ella y por su niño. Anhela recuperarse para ofrecerle un futuro diferente a su hijo: “Mis padres nunca me dieron amor, pero yo tengo que darle amor a él”. (Tomado de El Universo)

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