Don Narciso rompió barreras y endulza la vida de habitantes de Jipijapa

Los carros pasan con la misma velocidad de siempre. El sol aún no se alcanza a ver. El viento es dueño de la mañana en Jipijapa y hace que la gente se arrulle y se abrigue.

Así es como describe la mañana Narciso Honorato Choez Zambrano, quien mientras se dedica a vender refrescos y caramelos fuera de las instalaciones del comisariato de la ciudad disfruta de lo que observa y del clima que se siente.

Aquel lugar con palmeras alrededor, taxis estacionados esperando a los pasajeros que salen de hacer compras y con oficinas cercanas, es testigo del año que lleva ahí don Narciso brindando sonrisas a toda persona que se acercan a comprar.

Antes recorría la ciudad, cuenta ese adulto mayor con un poco de nostalgia en su rostro, ya que debido a una amputación que le hicieron en el 2008 dejó de hacerlo, sin embargo, buscó el modo de seguir realizando ese trabajo que endulza la vida de quienes compran su producto.

Mientras acomodaba los jarabes con los que prepara los refrescos, comentó que es su oficio de toda la vida y gracias a ello crió y educó de la mejor manera posible a sus hijos, a pesar de que con el pasar del tiempo ellos no lo reconozcan y ni si quiera lo visiten. «La única persona que me visita es una de mis cinco hermanas», recalcó con sus ojos a punto de salir lágrimas y una mirada de decepción.

«Actualmente vivo con una compañera, pero por ahora los hijos se la han llevado porque tiene que realizarse una operación», cuenta con un poco de seriedad mientras recorre en sus recuerdos lo que ha pasado en su vida desde que la madre de sus hijos falleció.

Los días de don Narciso son como las de un niño entusiasmado por ir a jugar, es decir, a penas los pájaros cantan él se levanta de su lecho y rápidamente se dirige a su mesa a preparar los diversos jarabes.

Posteriormente toma su café, desayuna y a las ocho en punto de la mañana está asomado en la puerta de su casa, desesperado y ansioso porque su sobrino quien lo va a dejar a su lugar de trabajo llegue.

Don Narciso explica con un brillo singular en su mirada, a la vez extiende las manos haciendo una expresión de felicidad, que le gusta lo que hace porque se distrae. “Estando en casa solito me enfermo”, dice mientras arruga su nariz como queriendo dar a saber que no vale la pena deprimirse, que hay que ser positivo y que eso precisamente es lo que lo ha ayudado a salir adelante.

«Lo que vendo no es mucho pero al menos me alcanza para satisfacer mis necesidades», recalca.

De repente llegó una mujer elegante deseaba un refresco, don Narciso le sonrió y le hizo conversación como si la conociera de toda la vida. Se despidieron. La mujer se fue y don Narciso siguió contemplado la mañana.

En el Ecuador, el 26.4% de la población realiza diversas labores por cuenta propia. Uno de ellos es don Narciso quien lucha informalmente contra viento y marea por su día a día.

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