El manabita Ramón Rezabala mantiene la talabartería en Guayaquil

Él ejerce un oficio antiguo y tradicional. Es el caso de Ramón Rezabala Mendoza, quien hace 65 años nació en Santa Ana, Manabí, pero está afincado en Guayaquil hace años.

En su Taller Don Ramón, Lorenzo de Garaycoa 2003 entre Manabí y Cacique Álvarez, repara maletas, mochilas y carteras, además confecciona fundas para revólver, collares y pecheras para perros.

Todo comenzó hace cuarenta y cinco años, cuando se inició como oficial, así fue aprendiendo poco a poco. “Fui cogiendo máquina, a cortar, a modelar, a arreglar maletas. Mi principal oficio era hacer pecheras y collares para perros, fajas para la seguridad, arreglar maletas, maletines, carteras y mochilas”.

Su maestro fue el ingeniero Luis Pumagualle, nada menos que su padrastro, quien tenía su local en Chile y Olmedo.

Indago si en dicha época la talabartería tenía más demanda y exclama: “¡En ese tiempo era bueno! Lo que más mandaban a hacer eran fundas de revólver. También sobaqueras, pierneras… ¡Todo! El jefe le trabajaba a Clemente Huerta, a León Febres-Cordero, al señor Albán, de Macisa. Todos ellos eran clientes positivos”.

Evoca con nostalgia, esos tiempos en que la talabartería era un oficio cuyos productos gozaban de gran demanda.

“¡Ahí sí había trabajo! –exclama y la cara se le ilumina- Tú podrías cargar tu revólver tranquilo y nadie te jodía, no es como ahora que solo los pillos andan bien armados, pero una persona honrada no pueda andar ni con un pañuelo porque dicen que esa es una arma para ahorcar. ¡Esos tiempos eran buenos!”.

Manifiesta que la mayoría de la gente mandaba a reparar sus maletas, sus maletines, pero ahora todo es importado de China.

Esa mañana, Rezabala asegura que antes las maletas que él confeccionaba eran de suela, pero ya casi nadie las pide, pero por el precio. “Ahora una maleta de suela cuesta mínimo unos 800 dólares, son tres planchas que se van. Más económicas y livianas salen esas maletas chinas, ¿Cuánto valen? ¡Setenta dólares! Hay de todo precio; cincuenta, cuarenta dólares”, asevera.

Después de ejercer el oficio de la talabartería, gran parte de su vida, actualmente lo que más le solicitan a don Ramón es reparar maletas, cambiarle un cierre.

En tal caso, reconoce que durante el año la temporada buena en su negocio es desde julio hasta octubre, es entonces cuando le mandan a arreglar carteras, maletas y mochilas.

Enero y febrero es una temporada pésima para su actividad porque la gente viaja a la costa y hasta se olvidan que deben llevar a su mascota con un buen collar.

La talabartería es un oficio en extinción y con cierto pesar manifiesta: “Muy pocos somos los que estamos en este arte ya”. Evoca que en la parroquia Olmedo, en la que está ubicada su talabartería, actualmente existen solo cinco talabarteros y años atrás eran unos treinta.

Cree que cuando el anterior Gobierno “entró a desarmar al pueblo” se dañó todo el negocio. Antes, dice, ese era su fuerte: las fundas de revólver.

“Yo las hacía de cuerán y las vendía a un dólar, a dos dólares nomás. ¡Antes el cuerán era cuerán! Ahorita se rompe”, sostiene. (El Universo)

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