Luisa, dos años de cárcel que le cambiaron la vida

Por: Silvia Mendoza Pico

En su hogar se siente mucha paz, tranquilidad. Parece que por ella no haya pasado tormenta alguna. Se la ve muy feliz con sus hijos y esposo. Todos se bromean entre si y las carcajadas que sueltan son capaces de hacer reír a todo aquel que se encuentre presente en el momento.
Cuando llegué la encontré hablando con un joven. “La tranquilidad no tiene precio mijo. Se siente tan bien. Se lo digo yo” fueron las últimas palabras que le dijo Luisa (nombre protegido) a ese muchacho, luego se levantó para atenderme a mí. Es una mujer muy amable, apuesta, alta, delgada y muy bien vestida. “Hola. Pase. La atiendo acá en mi cuarto por la bulla” me dijo sonriendo. Tenía visita en su casa.
En su habitación tenía las paredes con muchos carteles, los cuales contenían diversas fotografías y mensajes con frases como: “Te amamos. Te extrañamos”… Todo eso era lo que más llamaba la atención y sin duda lo que más le gustaba presumir a ella, pues sin que se lo preguntara dijo, “todo esto me han dado mis hijos”.
Al momento de tocar el tema; su historia. En ella se hizo presente la nostalgia, aunque trataba de disimularla, su sonrisa nerviosa la delataba.
“¡No puedo, no puedo!” confesó en ese momento.
-No pasa nada. Tómese su tiempo.
“No. Ya empecemos”.
En ese preciso instante, su mente empezó a invadir su pasado y en cuestión de segundos los recuerdos llegaron.
Fue detenida
El 9 de julio de 2015, iba a ser un día más para Luisa; un día normal. Pero a las 02h00 de la madrugada, cuando se encontraba en un profundo sueño, acobijada entre sus sabanas, un ruido fuerte hizo que ella y su esposo se despertaran atemorizados. Escucharon varios pasos en la terraza y cuando salieron a ver qué pasaba, su sueño se empezó a tornar en una pesadilla real; la habían allanado. Los miembros de la Policía Judicial (PJ) la buscaban a ella por presunta complicidad de extracción de bienes a entidades públicas.
Luisa no entendía que estaba pasando, se preguntaba por qué su casa estaba tan llena de policías. Su esposo, Luis (nombre protegido), salió para averiguar qué sucedía y supo que había una orden de detención para su esposa. Mientras tanto, los policías ya estaban revisando toda la casa para apresarla. Ella pensó en sus hijos y salió con cedula en mano para decirle a los policías que era a ella quien estaban buscando y que no revisaran los cuartos de los niños. No quería que sus hijos se levantaran y presenciaran el cuadro tormentoso que estaba viviendo.
Sin embargo, su hija de en medio, Andrea (nombre protegido) se levantó y cuando presencio aquella situación entró en una crisis de nervios. De inmediato, Luis fue a calmar a Andrea, pero para Luisa fue inevitable llorar. Sus ojos se inundaron de lágrimas y para no seguir viendo a su hija así pidió que se la llevaran si esposas, y así fue.
Cuando llegó a la PJ, pudo notar que la persona de la cual la acusaban como su cómplice ya se encontraba ahí detenida. Luego las llevaron al hospital para realizarles una revisión médica y posteriormente las trasladaron al Centro de Rehabilitación Social (CRS) Femenino “Tomas Larrea”. A las 05h00 las volvieron a sacar para llevarlas al Comando de la Policía Nacional para proceder a ficharlas.
Luisa recuerda que en ese lugar le hicieron quitar sus prendas para revisarla y ver si tenía tatuajes en su cuerpo. Además, le dijeron que los exámenes que le habían realizado en el hospital arrojaron que no padecía de ninguna enfermedad. Cuando su abogado llegó al lugar, ella tenía fe de poder regresar a casa ese mismo día, pero lamentablemente no fue así. Las documentaciones que el abogado realizo no eran evidencias suficientes para demostrar su inocencia. Por tal razón, se le dejo llena una ficha con antecedentes y fue trasladada de vuelta al CRS.
Cuando llegó a la celda, se echó a la cama a llorar. No podía creer lo que le estaba pasando. Sabía que de ahí no iba a poder salir hasta que le programaran una audiencia y la pudieran declarar libre de culpas, al mismo tiempo, estaba consciente de que eso podía tomar mucho tiempo.
Al paso de una semana, Luisa estaba muy mal. Casi no comía. El encierro la estaba matando. No paraba de pensar en su familia, de quien no sabía nada. Su vida había dado un giro de 360 grados. La levantaban a las 05h00 para que se duchará, sin importar que el frio se la consumiera; a las 6h10 pasaba la jefa de guía con los guías de turnos contando a todas las reclusas para verificar que estuviesen completas; a las 7h00 tenía que salir al patio a hacer fila para coger su desayuno, así ella no quisiera, además, tenía solo media hora para hacerlo. En ese lugar no se desaprovechaba ni un solo segundo.
Y como de no perder tiempo se trataba, Andrea tuvo que tomar obligatoriamente clases de bailo-terapia, que empezaba a las 7h30 y cuando terminaba tenía que volver a entrar para bañarse y cambiarse la ropa. Inmediatamente tenía que salir para tomar talleres de Derecho, Relaciones Humanas y manualidades hasta las 12h00 que llegaba la hora del “rancho”; el almuerzo. Después del almuerzo, le daban 30 minutos para que se arreglara y otra vez volviera a los talleres. Por las tardes ella asistía al de costura, a excepción de los lunes y jueves que tenía que acudir a misa.
A las 16h30, las guías las volvían a encerrar en sus celdas. Era ahí cuando Luisa sentía nuevamente como el mundo se le venía encima. A partir de esa hora, la nostalgia llegaba con más fuerza y de sus ojos caían lluvias de lágrimas. El insomnio se apoderaba de ella como un intruso. Esperaba con ansias un nuevo día para salir a distraer su mente, pero cada minuto que pasaba eran como horas eternas para Luisa.
Familia
Después de seis días en prisión, Andrea pudo ver a su familia por primera vez. Para ella fue una emoción verlos. Sus hijos y esposo también lo estaban, pero al verla en esa situación fue inevitable llorar. No podían creer lo que estaba pasando. En su primer día de visita, Luisa recibió a muchos amigos y familiares. En ese día no hubo uno al que no se le escapara una lagrima.
La vida de Luisa se había vuelto una rutina dentro de la cárcel, pero esperaba con ansias cada viernes y sábado para ver a sus allegados. Ya los fines de semana en familia no eran en la playa, en el parque o en un centro comercial; eran en la cárcel. En esos días, a ella las horas se le hacían cortos minutos. Y en cada despedida, las lágrimas llegaban.
En casa ya no había esa madre que se levantara cada mañana a preparar los uniformes y el desayuno a sus hijos. No estaba la mamá que los esperaba con almuerzo. No estaba asa consejera. Esa amiga. Sus hijas Andrea y Mayra (nombre protegido) tuvieron que tomar el papel de su madre para ayudar a su padre, atender a su hermanito y a su abuelo, quien también vivía con ellos.
16 A
El 16 de abril de 2016, día del terremoto en Ecuador, Luisa aún se encontraba dentro de la cárcel, luego de que, en una audiencia, la cual tuvo que esperar tanto tiempo, la declararan culpable y la sentenciaran a 20 meses de prisión. Ese día, por la tarde, como era de costumbre, ella había recibido a su familia, hasta que a las 18h58 pasó lo que en ese entonces nadie imaginaba.
Luisa se encontraba en su cama, cuando un movimiento telúrico empezó a sentirse. Del susto y desesperación se tiró de la parte de arriba, donde ella dormía. Al hacerlo se goleó la cabeza y se estropeo todo el cuerpo. Los gritos no se hicieron esperar, todas las reclusas pedían ayuda en conjunto. Fueron sacadas al patio para auxiliarlas y ser contadas. Luego de que se les informó del terremoto de 7,8 grados, Luisa entró en una crisis de nervios porque no podía saber si su familia estaba bien, pero por medio de una interna que tenía un teléfono infiltrado, se pudo contactar con ellos y supo que estaban bien. Esa buena noticia para ella la calmo un poco.
Desde el día del terremoto todo cambio. Al haber la cárcel sufrido varios daños, las visitas en el lugar empezaron a ser solo los sábados por tres horas. También, para ese tiempo recurrido Luisa había aprendido a hacer almohadas, moños y pulseras. Cada que vez que alguien la visitaba, ella le obsequiaba un detallito hecho por sus propias manos.
El fin
Luego de un fallo a su favor, por su buen comportamiento, Luisa obtuvo nuevamente su libertad el 9 de agosto de 2017. Pero ella debía asistir todos los lunes de cada semana al Centro de Rehabilitación Social, de 08h00 a 12h00 del día hasta completar su sentencia y así fue. Además, está agradecida por la ayuda psicológica y moral del grupo Difare. Y con el Club de Leones, quienes eran muy cercanos a las reclusas y le ayudaron en ciertas ocasiones con sus gastos personales para todo lo que era aseo personal, aseguró.
Hoy en día, después de haber pasado esa etapa triste en su vida, Luisa ha dejado atrás todo lo malo, asegura que de ahí solo ha sacado aprendizaje. Su hogar volvió a ser el mismo de antes. Pero ella no se ha olvidado de las amigas que hizo ahí dentro, por eso, siempre las visitas para llevarles ropa y comida.
Datos oficiales
Luisa no ha sido la única mujer que ha pasado por eso. Según cifras publicadas por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) y que ubica como fuente a la Dirección Nacional de Rehabilitación Social, en el Ecuador entre los años 2005 y 2009 se condenaron a 3.101 mujeres. En ese mismo tiempo se procesaron a 4.293 mujeres, indicó la fuente. Luisa asegura haber aprendido la lección.

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