Las múltiples crisis que nos azotan, por diversas que parezcan (seguridad, financiera, eléctrica, judicial, moral, institucional, etc.) tienen un origen común, un parentesco, un ADN inconfundible. Todo lo malo que sucede en nuestro país, tiene un estrecho vínculo con la política y sus protagonistas. Ellos, son los padres de la criatura.
Estamos atrapados en un fango denso y asqueroso, donde nuestros verdugos, aquellos políticos de porcina apariencia y apetito, pretenden ser también, nuestros salvadores. Vivimos tiempos oscuros.
La historia nos permite conocer el pasado para entender el presente y construir nuestro futuro. Así que, para todos los pesimistas, que con justa razón creen que no tenemos salvación, les traigo un fragmento de la historia de la humanidad, que guarda coincidencias con este trágico presente.
La Edad Media, abarca diez siglos. Su inicio se marca desde la caída del Imperio Romano, en el año 476, y su final, llega con el Renacimiento, año 1492, que coincide con el descubrimiento de América. A esta etapa de la historia, peyorativamente, se la conoce como “los años oscuros”. ¿Por qué la Edad Media tiene semejante reputación?
La caída del Imperio Romano, desató una época política conflictiva e inestable, siendo frecuentes las guerras y las invasiones. La violencia generó migración y hambruna, las ciudades son saqueadas. La justicia se toma por mano propia, las ejecuciones públicas son habituales. La cultura y la educación se debilitan. Las enfermedades como la malaria, la difteria, la gripe, la fiebre tifoidea, la viruela y la lepra matan a millones.
Y ¿Quién salvó a los habitantes de aquella época oscura? Pues nadie en particular. No hay un héroe detrás del fin de la Edad Media. No obstante, existen claves que nos permiten detectar cual fue la fórmula. La resiliencia humana. Las desgracias sucesivas se toleran hasta cierto punto, ya luego, corresponde tomar acción. El comercio, el arte y la educación se reactivaron de a poco, lo que condujo al crecimiento de las sociedades. El esfuerzo colectivo nos llevó a descubrir un nuevo continente, fue la gente, y no un líder, quien puso fin a “los tiempos oscuros”. El pueblo parió una nueva era a partir de las ruinas dejadas por los emperadores.
Volviendo al presente, debemos reconocer que vivimos tiempos oscuros, que la salida del chiquero en que nos revolcamos, no la encontraremos de la mano del algún cerdito auto proclamado como salvador. Como dijo Martín Luther King, “La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad: solo la luz puede hacer eso”. Nos toca iluminar el camino.