Quito: tumbas de personajes históricos olvidadas

A las puertas del Día de Difuntos, los cementerios están más vivos que nunca, todo porque miles de personas ya comenzaron a visitar las tumbas de sus seres queridos; pero no todos tendrán flores.

No hay camposanto que se escape a la desmemoria. En el cementerio El Tejar, Quito, hay una nave de piedra. Todo está enmohecido y sin una señal que indique quienes están sepultados allí. El libro ‘Historia de la Muerte en Quito’, de Javier Gómez Jurado, deja claro que serían los combatientes de la Batalla de Pichincha.

Ese abandono también se nota en las criptas de las iglesias. Tras el nuevo inventario que se hizo en el complejo arquitectónico de Santo Domingo de Guzmán se contaron 1 500 difuntos, pero el 40% están abandonados, admite el fray Gonzalo Suárez, prior del convento dominico.

Allí está, en completa desolación, la tumba del fray Inocencio Jácome, un personaje emblemático en el Quito de la década de los 30 porque fundó las barriadas La Vicentina y Las Casas (norte de la ciudad).

La lista sigue. Seguramente escuchó hablar de Jacinto Jijón y Caamaño, el primer alcalde moderno de Quito, historiador, senador, candidato a la presidencia… Sin embargo, tal grado de fama no le sirvió para que su tumba perdure con dignidad en el tiempo.

Un pequeño candado impide abrir la puerta del predio N5-68 de la calle El Retiro, en el barrio El Placer Bajo. Desde la calle se divisan ramas de árboles y un cupulín de color verde.

Francisco ‘Pájaro’ Febres Cordero, el autor del libro ‘El sabio ignorado’ y en donde es protagonista Jijón y Caamaño, confirma que en ese punto está el mausoleo de la familia del ilustre conde que, incluso, donó a la ciudad todo su fondo de libros incunables (impreso durante el siglo XV).

Otra tumba que no tiene visitas es la de una princesa europea que se radicó en Quito. Se trata de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias y Wittelsbach, quien se enamoró de Manuel Sotomayor-Luna y Orejuela, diplomático ecuatoriano que desde 1944 era el primer embajador ante el Vaticano.

Tras un año de matrimonio, la noble se quedó viuda y juró jamás dejar la tierra de su amado. Sus restos están, junto a los de su esposo, en la cripta de la iglesia Santa Teresita (Robles y 9 de Octubre), frente a un altar.

El idilio, según el historiador Héctor López Molina, empezó en Roma en 1948. La princesa, ya de 47 años, conoció ese año a Sotomayor-Luna y Orejuela. Fue un flechazo a primera vista. Ella falleció en 1985. (EL COMERCIO)

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