Verísimo, el portovejense que se arrastra para movilizarse

Para movilizarse de la sala al baño de su casa Verísimo Saltos se arrastra. Tiene 82 años de edad y desde el año 2001 no camina.

Quedó así tras caer del balde de una camioneta en la que viajaba, “luego de haberse tomado unos tragos”, confiesa como resignándose a su suerte. No recuerda el día exacto del accidente, sólo que iba sobre unas tablas de madera que al impacto cayeron con él.

Estuvo al borde de la muerte, pero por designios de Dios sigue con vida. No lloró, no se lamentó, cuando le dijeron que las lesiones habían sido graves y que estas le impedirían caminar el resto de su vida. Aceptó sin ninguna otra opción.

Verísimo vive con su esposa Asunción Murillo, una adulta mayor, quien padece de labio leporino. Lo poco que habla Asunción no se entiende, por momentos hay que pedirle que repita las palabras, a lo que ella accede por una y otra vez.

Los 80 años de edad de esta mujer se notan en su piel, en sus canas, en su delgadez. Al ojo se puede deducir que no pesa más de cien libras y que las fuerzas le flaquean, razón de peso que le impide ayudar a levantar a su esposo Verísimo para evitar que él se empuje para realizar actividades básicas como ir al baño.

La pareja procreó una hija, la cual se comprometió y vive con su actual familia en Guayaquil. Verísimo y su esposa están solos en casa, una vivienda de unos cinco metros de ancho por siete de largo que fue construida en aquellos años en que el jefe del hogar aún podía caminar y se ganaba la vida como comerciante de pescados.

El espacio es suficiente para la refrigeradora, ya oxidada por el paso del tiempo, un banco de madera, unas pomas y un colchón que están en la pequeña sala.

En el cuarto están las camas que sólo Asunción usa, pues su esposo duerme en el suelo sobre una colchoneta que algún grupo social le obsequió hace años. No hay quien lo suba al lecho matrimonial y por esa razón también tiene que resignarse dormir lejos de su amada.

En la cocina están unos platos deteriorados, vasos, cucharas, ollas, y una cocina vieja, muchos de estos objetos fruto de la solidaridad de vecinos, familiares y amigos.

Los esposos Saltos Murillo no trabajan. Viven de lo que reciben del bono Joaquín Gallegos Lara. La última vez que don Verísimo salió a pasear fue hace uno dos años cuando un vecino lo llevó en su camioneta a visitar a un amigo, contó.

Dijo que cuando los vecinos tenían espacio solían llevarlo a pasear (cada dos meses más o menos) en una silla de rueda que le fue donada, sin embargo, el uso del aparato y el paso de los años pasó factura, las llantas de la silla de rueda se dañaron y con ello terminó la poca distracción para este hombre. Aunque tampoco era que la usaba mucho, pues como en casa no hay quien pueda cargarlo, se le hacía imposible utilizarla todo el tiempo.

A Leuris Roca, vecina, le causa asombro ver cómo don Verísimo no se da por vencido pese a su discapacidad. Hay días en que ha logrado verlo movilizándose de nalgas e impulsándose con sus manos por el pequeño patio de la casa que tienen al ingreso del sitio Mejía, en la vía Portoviejo-Crucita, para cortar la maleza que crece alrededor de las habichuelas que está cosechando. La lucha de estos esposos es motivación para los vecinos.

Hay momentos en que a este adulto mayor y a su esposa se les escapan las lágrimas que ellos limpian con sus manos, quisieran cambiar su suerte, tener los pies hábiles para caminar, movilizarse al baño sin la obligación de arrastrarse, trabajar y no depender del poco dinero que reciben del gobierno.

Don Verísimo no reniega, se resigna, por ahora sólo le falta una silla de ruedas y tal vez pasear, hace tanto tiempo que no sale de casa.

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